Mensaje del 31 de agosto de 1988 en Viena (Austria)
Ejercicios Espirituales, en forma de Cenáculo, con los Sacerdotes
del M.S.M. de Austria, Alemania, Yugoslavia y Hungría
Con los ojos alzados a María.
«Hijos predilectos, ¡Cómo consuela a mi Corazón dolorido el veros aquí a todos juntos para celebrar una semana de continuo Cenáculo! Siempre me uno a vuestra oración, que hacéis Conmigo y por medio de Mí. Participo con gozo en vuestra fraternidad y construyo entre vosotros un mayor amor, os ayudo a comprenderos, a caminar más unidos por la difícil senda de vuestro tiempo. Acojo con alegría el acto de consagración a mi Corazón Inmaculado, que cada día renováis durante la Concelebración de la Santa Misa. Os obtengo con sobreabundancia el don del Espíritu Santo, que se os comunica por el Padre y el Hijo, por la potente intercesión de vuestra Madre Celeste. Habéis entrado en mis tiempos. Habéis sido llamados a ser mis apóstoles en estos últimos tiempos. El Año Mariano, que en este mes se acaba de concluir oficialmente, ha sido querido por Mí como el inicio de un período de tiempo, en el cual vuestra Madre Celeste actuará, de manera cada vez más fuerte, en los corazones, en las almas y en la vida de sus hijos, para realizar el triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo. Comienza ahora el tiempo de vivir con los ojos alzados a María, como os ha dicho mi Papa Juan Pablo II. Con los ojos alzados a María: así sois iluminados por la luz virginal de mi fe, que os conduce a acoger con humildad la Palabra de Dios, a custodiarla con amor, a vivirla con coherencia, a predicarla con fidelidad. Os ilumino el camino que debéis recorrer para permanecer siempre en la verdadera fe y para convertiros vosotros mismos en valientes testigos de fe. Cuántos errores se difunden en vuestros Países, con frecuencia causados por la actitud de soberbia por parte de muchos teólogos, que no aceptan ya el Magisterio de la Iglesia. Así, muchos hijos míos se alejan cada día de la verdadera fe y caen en las profundas tinieblas de la apostasía. Sed hoy vosotros firmes testigos de fe, aceptando con docilidad cuanto el Papa y el auténtico Magisterio de la Iglesia enseñan aún, predicando todas las verdades de la fe católica, especialmente las que ya no se anuncian. Os convertís entonces en luz para muchos hermanos vuestros, que caminan en las más densas tinieblas. Con los ojos alzados a María: así sois iluminados por la luz virginal de mi pureza y santidad. Cuántos viven envueltos en la oscuridad del pecado, del mal, de la impureza, de la soberbia, de la blasfemia, de la idolatría y de la impiedad. Debéis seguirme por el camino de la santidad, que se alcanza con un firme compromiso de combatir el pecado, en todas sus sutiles manifestaciones, de vivir en gracia de Dios, en el amor, en la pureza, en la caridad, en el ejercicio de todas las virtudes. Contribuís, entonces, a curar la gran llaga del materialismo, que ha traído a vuestros Países la enfermedad de la inmoralidad, de la exasperada búsqueda de los placeres, del bienestar, del egoísmo desenfrenado, de la avaricia, de la insensibilidad a las exigencias de los pequeños, de los pobres y de los más marginados. Con los ojos alzados a María: así sois iluminados por la luz virginal de mi oración y de mi amor materno. Multiplicad vuestros Cenáculos de oración. Recitad siempre el santo Rosario. Difundid en vuestros Países los Cenáculos familiares como remedio a los grandes males que amenazan a vuestras familias con la división, el divorcio, la legitimación del aborto y de todos los medios para impedir la vida. Vuestra oración se oriente siempre a Jesús en la Eucaristía. Sea una oración de perenne adoración, de reparación, de alabanza y de acción de gracias a Jesús Eucarístico. Vuelva a florecer, por todas partes, el amor y la adoración a Jesús presente en la Eucarística. La venida del Reino glorioso de Cristo, coincidirá con el triunfo del Reino Eucarístico de Jesús. Amad a Jesús, imitadlo, caminad por la senda del desprecio del mundo y de vosotros mismos. La Luz de Cristo sea la única que os ilumine, bajo la mirada de mis ojos maternos y misericordiosos en el momento que vivís de la gran tribulación. Mi luz, como aurora que surge, se difunde desde el Oriente, y se hace cada vez más intensa hasta iluminar a todo el mundo. Salid de este Cenáculo con la luz de Cristo y de vuestra Madre Inmaculada e id a iluminar la tierra en estos días de profunda oscuridad. Con Austria y Alemania, desde aquí bendigo a todos los países vecinos, que están aún bajo el yugo de una gran esclavitud, y hoy os anuncio que está ya cercano el momento de su liberación.»