Mensaje del 2 de abril de 1988 en Dongo (Italia)
Sábado Santo
En el dolor de mi desolación.
«Es Sábado Santo. Es el día de mi gran dolor. Es el día de mi incesante oración. Durante este Año Mariano, a Mí consagrado, este día coincide con el primer sábado del mes. Vine del Cielo a pediros que me ofrecierais durante cinco meses el primer sábado del mes. Se lo pedí a mi hija Sor Lucía, cuando se encontraba en el convento de Pontevedra el 10 de diciembre de 1925. Pedí que este día transcurriera en espíritu de reparación por las ofensas que se cometen contra vuestra Madre Celeste. ¿Por qué, entre todos los días de la semana, os pedí que me ofrecierais el sábado? Para que recordarais las dolorosas horas que pasé durante el único día en que permanecí sola sin mi Hijo Jesús. El Cuerpo de Jesús yace muerto, amortajado en su sepulcro nuevo, y Yo velo continuamente recogida en mi virginal dolor, en íntima unión de fe, de amor y de esperanza con el Padre Celeste, que se inclina sobre las heridas de mi indecible espera, con el beso de su divino consuelo. Os quiero hoy a todos junto a Mí, Madre dolorosa, para que me consoléis y para enseñaros a orar con confianza, a sufrir con docilidad, a amar con pureza de corazón, a creer con inquebrantable certeza, a esperar con heroísmo, aún contra la evidencia de los hechos. Es el día que os acojo en el dolor de mi desolación y os abro la puerta para que todos podáis entrar en el seguro refugio de mi maternidad espiritual. Es el día que se ha abierto como una flor, sobre el heroísmo de mi amor, de mi dolor, de mi fe y de mi segura esperanza. Es el día de vuestro nuevo reposo. Por eso os invito a ofrecérmelo con el rezo del Santo Rosario, con la meditación de sus misterios, con la confesión sacramental y la comunión reparadora, con la renovación de vuestro acto de consagración a mi Corazón Inmaculado. De este modo podéis reparar las ofensas que me infligen y que tanto hacen sufrir a mi Corazón Inmaculado. Entre los errores que hoy se propagan, están también los que se refieren a la persona y al honor de vuestra Madre Celeste. Por algunos se niega mi Inmaculada Concepción y mi plenitud de Gracia; otros no creen ya en el gran privilegio de mi perpetua virginidad y de mi divina y universal maternidad. Alejan de Mí a aquellos hijos que tienen de Mí particular necesidad como los niños, los pequeños, los pobres, los sencillos, los pecadores. Además, hasta mis imágenes se sacan con frecuencia de los lugares de culto. Para reparar estas ofensas, que se cometen contra el Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celeste, os pido que propaguéis también hoy la devoción de los cinco primeros sábados de cada mes. La pedí durante el primer período de este vuestro siglo; vuelvo hoy a pedirla, mientras este siglo alcanza su termino más doloroso. Si hacéis cuanto os pido, la devoción hacia Mí se difundirá cada vez más; y entonces podré ejercitar el gran poder que la Santísima Trinidad me ha otorgado. Y podré preparar así, para toda la humanidad, la nueva era de su completa renovación con el glorioso triunfo de mi Hijo Jesús.»