Mensaje del 15 de agosto de 1988 en Rubbio (Italia)
Asunción de María Santísima al
Cielo y solemne clausura del Año Mariano
He intervenido fuertemente.
«Hijos predilectos,vivid en mi paz. Miradme hoy, Mujer vestida del Sol, en el día en que toda la Iglesia venera el privilegio de mi corporal asunción al Cielo. Mi Papa ha escogido esta solemnidad para clausurar oficialmente el espacio de tiempo, que se me ha consagrado, con un especial Año Mariano en mi honor, iniciado el día de Pentecostés del año pasado. Aunque no ha sido vivido según la esperanza y deseos de mi Corazón Inmaculado, sin embargo, he acogido esta especial ofrenda que mi Papa me ha querido hacer en nombre de toda la Iglesia. En este Año Mariano, que hoy vive el momento de su conclusión, he intervenido fuertemente en la vida de la Iglesia y de la humanidad. En este Año Mariano, he podido ejercitar mi acción materna en el corazón, en el alma y en la vida de muchos hijos míos, que me han abierto la puerta de su existencia. Sobre todo he podido ejercer mi gran poder en la vida de todos aquellos hijos, que se han entregado completamente a Mí, con su acto de consagración a mi Corazón Inmaculado. En este mi celeste jardín he preparado numerosos brotes de gran santidad para la nueva era, que está ya a las puertas. En este Año Mariano también he intervenido fuertemente en la vida de la Iglesia. Al presente, las tenebrosas fuerzas del mal la combaten por todas partes; la oscura trama, tejida por la Masonería, por medio de sus numerosos adeptos, que se han introducido en el vértice de la Iglesia, han logrado paralizar su acción y apagar su ardor apostólico. Muchos, incluso entre sus mismos Pastores, languidecen en la aridez y en la tibieza mientras esta amadísima Hija mía vive la hora de su agonía. Me pongo al lado de la Iglesia, mi hija, para vivir con ella los dolorosos momentos de su agonía y de su gran abandono, para saborear la amargura de su cáliz, para condividir sus sufrimientos, para participar en todas sus profundas heridas. En este Año Mariano he intervenido fuertemente para salvar a esta pobre humanidad perdida. Por desgracia mi invitación a la conversión no ha sido acogida. Se continúa caminando por la senda de la apostasía, de la rebelión a Dios, del pecado, del mal social, de la blasfemia, del odio y de la impureza. Entonces he solicitado a todos mis hijos, que me escuchan y siguen, a recogerse en Cenáculos de oración y de penitencia para obtener de Jesús el gran don de su divina misericordia. ¡Qué consuelo ha experimentado mi Corazón dolorido al ver que estos Cenáculos se han difundido por doquier y que, en este Año Mariano, se han multiplicado en número y generosidad! Y a causa de esta generosa respuesta de oración y de penitencia, que he obtenido por parte de muchos hijos míos, he conseguido de la Divina Justicia que se aleje todavía un gran castigo, que debería haber afectado a toda la humanidad. Pero ahora, al clausurarse este Año Mariano, está para cerrarse también el espacio de tiempo concedido por el Señor a la humanidad para su conversión. Ahora estáis ya en el umbral de los acontecimientos, que os han sido profetizados. Por esto os invito a caminar a todos por la senda de la gracia divina y de la santidad, de la pureza y de la oración, del abandono filial y de la confianza. Creed cuanto os digo y permaneced en mi paz y en mi luz. Sólo de este modo podréis iluminar la tierra en estos días de densa oscuridad. Desde este santo monte os miro a todos con ojos de misericordia y os bendigo.»