Mensaje del 1 de abril de 1988 en Dongo (Italia)
Viernes Santo
He ahí a tu Madre.
«Hijos predilectos, acoged hoy el supremo don de mi hijo Jesús, que está a punto de morir sobre la Cruz. He ahí a tu Madre. En este momento me encuentro bajo la Cruz, traspasada por una espada de dolor. He visto a mi Hijo subir a la cima del Calvario, aplastado bajo el peso de la Cruz; la cabeza herida por la corona de espinas; el cuerpo reducido a una pura llaga por la flagelación; el rostro desfigurado por la sangre y el dolor; sus ojos velados por el llanto; su Corazón oprimido por el peso de la ingratitud y la falta de amor. He escuchado los golpes de los martillos, que le han traspasado con los clavos las manos y los pies; el golpe seco de la Cruz en el hoyo, que lo ha hecho estremecerse de dolor; los gemidos de su cuerpo crucificado en las últimas horas de su sangrienta agonía. Ahora estoy bajo la Cruz y estoy aplastada bajo el peso de las blasfemias y los aullidos de odio y de maldad inhumana de los que asisten a su ejecución. Recojo en el cáliz materno de mi Corazón Inmaculado cada gota de su padecer, su gran sed, el perdón al ladrón arrepentido, la oración por los que le crucifican, el sentirse abandonado hasta por Dios, su gesto de filial abandono al Querer del Padre. Pero unos momentos antes de cerrarse su Corazón a la vida terrena, se abre a su último don: He ahí a tu Madre. Así me he convertido en Madre de toda la humanidad redimida por mi Hijo. Soy verdadera Madre de todos vosotros. El sepulcro nuevo, que lo recibe ya muerto, se transforma en la cuna, en la que todos vosotros nacéis a la vida. Recibid con amor este su último don, hijos predilectos, porque junto a la cuna en la que habéis renacido, está la presencia de la Madre, que Jesús os ha donado. Acogedme en vuestra vida para que os pueda ayudar a recorrer el mismo camino, por el que Jesús os ha precedido. Abridme las puertas de vuestra casa sacerdotal, para que pueda embellecerla y adornarla de santidad y de pureza. Vivid junto a Mí cada día para ser fortalecidos, para llevar vuestra cruz y seguir a Jesús hasta el Calvario. Dejaos formar por Mí si queréis que vuestra vida sacerdotal se perfume con el florecer de todas las virtudes. En el Viernes Santo de este Año Mariano, comprended toda la preciosidad del don que Jesús os ha hecho, cuando se abrió a deciros aquellas palabras que nunca debéis olvidar: HE AHÍ A TU MADRE. Y vivid siempre llenos de reconocimiento a Jesús por haberos regalado este su último don.»