Mensaje del 4 de marzo de 1987 en Dongo (Italia)
Miércoles de Cenmza y comienzo de la Cuaresma
En este Camino Luminoso.
«Seguidme por el camino que os he trazado, mis hijos tan amados, y por Mí defendidos y protegidos. Es la senda de la conversión y de la penitencia. La conversión que os pido es la que Jesús os pidió en su Evangelio. Alejaos del camino perverso del mal, de la soberbia, del egoísmo y del pecado. En el mundo en que vivís, donde la rebelión contra Dios y su Ley de amor es acogida, propagada exaltada y erigida como un nuevo modelo de vida, cuántos son mis pobres hijos que cada día se convierten en víctimas del pecado y del odio, de la violencia y de la corrupción, del egoísmo y de la impureza. El pecado grave os aleja de Dios, arrebata a vuestras almas el precioso regalo de su vida y de su Gracia, os hace esclavos de las pasiones y del vicio, os debilita en el resistir a las tentaciones, abre grandes espacios a la acción de Satanás, que toma, de este modo, mayor posesión de vuestra existencia y la vuelve instrumento para la propagación del egoísmo desenfrenado, de la soberbia, del odio y la división, de la lujuria y la impiedad. Obrad en vosotros un verdadero compromiso de conversión, si os oponéis con valor y fortaleza al mundo en que vivís, para caminar por el sendero del bien y de la gracia divina, del amor y de la santidad. Es necesario hoy que todos mis hijos se conviertan y vuelvan a creer en el Evangelio, a vivir según el Evangelio, a dejarse guiar sólo por la Sabiduría del Evangelio. Estos son los días favorables para vuestra conversión. Son días de gracia y de misericordia, de esperanza y de espera. Estos son los días preparatorios para todo cuanto os espera ya, para los grandes acontecimientos que se os han anunciado. Os pido, pues, cotidianas obras de mortificación y penitencia. La penitencia sea ofrecida por vosotros a mi Corazón, de tres diferentes maneras. Ante todo, ofrecedme la penitencia interior; que debéis ejercitar para llegar al dominio sobre vosotros mismos, sobre vuestras pasiones, y llegar a ser verdaderamente dóciles, humildes, pequeños, disponibles a mis designios. A veces mi Corazón se duele al ver cómo oponéis resistencia a mis maternales invitaciones, y así no lográis alcanzar esa medida de docilidad, de humildad, de real aniquilamiento de vosotros mismos, que Yo os pido, porque me es indispensable para utilizaros en la realización de mi designio de salvación y de misericordia. Luego ofrecedme la penitencia silenciosa y cotidiana, que se deriva de hacer bien, en cada circunstancia de vuestra vida, la sola Voluntad del Señor, con el humilde, fiel y perfecto cumplimiento de todos vuestros deberes. Si obráis de este modo, ¡cuántas preciosas oportunidades de sufrimientos y de ofrecimientos se os presentarán en el curso de una jomada! Vuestra sonrisa, serenidad, calma, paciencia, la aceptación, el ofrecimiento, son verdaderas y silenciosas penitencias que dan mayor valor y luz a cada circunstancia de vuestra existencia. Os pido también la penitencia exterior; que se ejerce siempre en el control de las pasiones y en la mortificación de los sentidos, en especial la de los ojos, la lengua, los oídos y de la gula. No miréis al gran mal que os rodea y a tanta impureza que infecta vuestras calles. Renunciad a ver la televisión para conservar en el alma la Luz y para que podáis dedicar, en vuestra vida, más tiempo al recogimiento, la meditación y a la oración. Sabed poner freno a la lengua y guardar silencio dentro y en tomo vuestro para que podáis así hablar sólo de la propagación del bien, en espíritu de amor y de humilde servicio a todos. Huid de las críticas y las murmuraciones, de la maledicencia y de la maldad. No cedáis a la fácil tentación del juicio y de la condena. Cerrad oídos y mente al alboroto de las voces que hoy se hace más y más ensordecedor y os lleva a vivir en medio del ruido, en la confusión y la aridez. Mortificad la gula con el absteneros de aquello que mayormente solicita vuestro placer y con el practicar también el ayuno corporal, pedido por Jesús en su Evangelio y que os pido de nuevo hoy. Si camináis por esta senda que Yo os trazo, entonces el Señor bendecirá los días de vuestra vida y os llevará a la paz del corazón y a la pureza del alma. Llegaréis a ser vosotros mismos mi palabra vivida y llevaréis por todas partes la luz de mi presencia en medio de la gran tiniebla que se ha hecho más densa en el mundo. Por este camino luminoso de conversión y penitencia Yo siempre os conduzco, especialmente durante estos días previos al gran milagro de la misericordia divina que está a punto de realizarse.»