Mensaje del 28 de noviembre de 1987 en Dongo (Italia)
Sábado: principio del Adviento
Preparaos Conmigo.
«Iniciad este período de Adviento Conmigo, hijos predilectos. Inmersos en mi Luz inmaculada, que se difunde por doquier como aurora, para anunciar la venida de Cristo, disponeos todos a recibir con alegría al Señor que viene. Preparaos bien a la santa Navidad. Preparaos Conmigo a vivir la memoria litúrgica de Su nacimiento, en la paz, en el silencio, en la estremecida espera. En este tiempo de preparación se acreciente la fe, se ilumine la esperanza, se fortalezca la caridad, se haga más intensa vuestra oración. Preparaos Conmigo a la venida de Jesús, que cada día se realiza en el misterio de su real presencia Eucarística y bajo los despojos humanos de cada persona que os encontréis. Este cotidiano encuentro con Jesús debe convertirse para vosotros en una gozosa y perenne Navidad. Abrid vuestras almas a recibir el don de su Gracia y de su Amor. Abrid de par en par las puertas de vuestros corazones para ofrecerle una cálida morada de amor, cuando viene para darse 685personalmente a cada uno de vosotros en el momento de la Comunión Eucarística. Ilumínense vuestras mentes, para saberlo reconocer siempre bajo las frágiles y dolorosas semblanzas de los pequeños, de los pobres, de los enfermos, de los necesitados, de los pecadores, de los alejados, de los marginados, de los oprimidos, de los perseguidos, de los moribundos. Preparaos Conmigo a su glorioso retomo. En estos tiempos debo preparar a la Iglesia y a toda la humanidad a su cercano retomo en gloria. Por esto mi presencia entre vosotros se hará cada vez más fuerte, y mi luz se hará aún más intensa, como la aurora cuando alcanza su cima y da paso al sol, que aleja del mundo todas las sombras de la noche. Aléjese la tenebrosa noche de la proclamada negación de Dios y de la obstinada rebelión a su santa Ley, para disponeros a recibir el radiante sol del “Emmanuel”, del “Dios con nosotros”. Aléjese la noche del pecado y de la impureza para prepararos a recibir al Dios de la Gracia y de la Santidad. Aléjese la noche del odio, del egoísmo y de la injusticia para correr al encuentro del Dios del amor y de la paz. Aléjese la noche de la incredulidad y de la soberbia para prepararos a la venida de Jesús en la fe y en la humildad. De ahora en adelante, veréis hacerse más potente mi luz, hasta alcanzar el vértice de su esplendor, que se reflejará en todas las partes de la tierra. Cuanto más se difunda por doquier la Luz inmaculada de vuestra Madre Celeste, tanto más la humanidad y la Iglesia estarán preparadas a recibir al Señor que viene.»