Mensaje del 27 de septiembre de 1987 en Seúl (Corea)
A todos los pueblos del mundo.
«En esta tierra soy tan amada y venerada. Mis hijos recurren a Mí con el amor que brota de corazones sencillos, pobres, humildes y todos se refugian bajo el manto de mi materna protección. Aquí mi presencia da vigor y fuerza a la Iglesia, que crece y se expande en el terreno fecundado por la sangre de muchos mártires. Alrededor de este pequeño país, que es porción privilegiada de mi celeste jardín, se extiende una región sin límites, donde domina el Dragón rojo, mi Adversario, que ha construido su reino sobre la rebelión a Dios, imponiendo el ateísmo por la fuerza, a un número ilimitado de mis hijos, que caminan en medio de las más profundas tinieblas. Pero mi luz y mi victoria se difundirán, desde aquí, y cubrirán todas las naciones de este gran continente de Asia. Soy la aurora que surge de manera cada vez más fuerte y luminosa. Yo soy la Virgen Madre que lleva el auxilio y la salvación a todos los pueblos del mundo. Yo soy la via abierta al triunfo glorioso de Cristo. Yo soy la Mujer vestida del Sol, que está a punto de intervenir de manera extraordinaria para atar al Dragón rojo, para precipitarlo en su reino de fuego y de muerte. De cuanto sucede aquí, toda la Iglesia debe comprender ahora que la presencia de la Madre es indispensable para su universal renovación. Éste es el año consagrado a Mí. Os invito a todos a secundar mi victorioso plan. Orad, sufrid y ofreced Conmigo. A través de ti, mi hijo más pobre y pequeño, escogido por Mí para que sea glorificada delante de la Iglesia y del mundo, deseo bendecir a Corea, tierra predilecta de mi Corazón Inmaculado, y a todas las naciones de este continente de Asia y del mundo entero.»