Mensaje del 23 de mayo de 1987 en Denver (Cólorado – U.S.A.)
Las profundas heridas.
«Soy vuestra Madre Inmaculada. Soy la consoladora de los afligidos. Cuántos sufrimientos encuentras, hijo, en este tu camino. Mientras por todas partes recibes una respuesta tan generosa a mi llamada, por parte de mis Sacerdotes y, sobre todo, por parte de tantos fieles, ves también por doquier las profundas heridas y los grandes dolores, que son los signos de los tiempos perversos que vivís. Sufren aquellos que rechazan a Dios y caminan por la senda de una vida vacía y desesperada. Sufren los pequeños que se abren a la vida en un mundo que se ha convertido en un inmenso desierto de amor. Sufren los jóvenes a quienes se les proponen todas las experiencias del mal y a quienes se traiciona con una tan vasta difusión de la impureza y de la droga. Sufren los adultos por la división que ha penetrado en las familias y por la tremenda plaga del divorcio. Sufren los ancianos, que son abandonados a si mismos y se sienten como un peso insoportable. Los días del castigo que vivís están señalados por profundos sufrimientos. No os desalentéis. Entrad en el refugio de mi Corazón Inmaculado. Dejaos conducir por mi Luz, que resplandecerá cada vez más, porque éstos son mis tiempos. Yo soy el rocío sobre cada una de vuestras heridas. Yo soy el consuelo de cada uno de vuestros dolores. Yo soy vuestra tierna Madre que está a junto a vosotros para conduciros al Señor de la salvación y de la alegría.»