Mensaje del 23 de julio de 1987 en S. Quirino – Pordenone
Después del rezo del Santo Rosario
Las familias a Mí consagradas.
«¡Qué consuelo me ha dado esta jomada pasada en la oración, en una sencilla y cordial fraternidad, en compañía de esta familia consagrada a Mí, y que por tanto me pertenece! A hora deseo daros mi palabra consoladora, para que os sirva de aliento en medio de las cotidianas dificultades de vuestra existencia. Yo os amo, estoy presente entre vosotros, os hablo y os conduzco porque sois los instrumentos de mi materno Querer. Yo miro con amor a las familias consagradas a Mí. En estos tiempos, recojo a las familias y las introduzco en lo íntimo de mi Corazón Inmaculado, para que encuentren refugio y seguridad, aliento y defensa. Del mismo modo que me agrada ser invocada Madre y Reina de mis Sacerdotes, así también, me complace ser invocada Madre y Reina de las familias consagradas a Mí. 3Soy la Madre y Reina de las familias. Vigilo por su vida, tomo a pecho sus problemas, me intereso no sólo del bien espiritual, sino también del bien material de todos los que la componen. Cuando consagráis una familia a mi Corazón Inmaculado, es como si abrieseis la puerta de casa a vuestra Madre Celeste y la invitaseis a entrar, le dais lugar para que Ella pueda ejercer su función materna de una manera cada vez más intensa. He aquí por qué deseo que todas las familias cristianas se consagren a mi Corazón Inmaculado. Pido que se me abran las puertas de todas las casas, para que pueda entrar y establecer mi materna morada entre vosotros. Entonces, entro en ellas como vuestra Madre, habito con vosotros y participo en toda vuestra vida. Ante todo me cuido de vuestra vida espiritual Procuro llevar a las almas, que componen la familia a vivir siempre en Gracia de Dios. Donde Yo entro, sale el pecado; donde Yo moro están siempre presentes la Gracia y la Luz divinas; donde Yo habito, Conmigo habitan la pureza y la santidad. He aquí por qué mi primera misión materna, es la de hacer vivir en Gracia a los componentes de una familia y de hacerla crecer en la vida de santidad, a través del ejercicio de todas las virtudes cristianas. Y puesto que el Sacramento del Matrimonio os da una gracia particular para haceros crecer unidos, mi misión es la de cimentar profundamente la unidad de la familia, de llevar al marido y a la mujer a una cada vez más profunda y espiritual comunión, de perfeccionar su amor humano, hacerlo más perfecto, llevarlo dentro del Corazón de Jesús para que pueda asumir la nueva forma de una mayor perfección que se expresa en pura y sobrenatural Caridad. Refuerzo cada vez más la unión en las familias, las llevo a una mayor y recíproca comprensión, las hago sentir las nuevas exigencias de una más delicada y profunda comunión. Conduzco a sus componentes por el camino de la santidad y de la alegría, que debe ser recorrido y construido juntos, para que puedan llegar a la perfección del amor y gozar así del precioso don de la paz. Así formo a las almas de mis hijos y, a través de la vida de la familia, las conduzco a la cima de la santidad. Quiero entrar en las familias para haceros santos, para llevaros a la perfección del amor, para quedarme con vosotros, para hacer más fecunda y fuerte vuestra unidad familiar. Después me cuido también del bienestar material de las familias a Mí consagradas. El bien más precioso de una familia son los hijos. Los hijos son el signo de una particular predilección de Jesús y Mía. Los hijos deben ser deseados, aceptados, cultivados como las piedras más preciosas del patrimonio familiar. Cuando entro en una familia, inmediatamente me cuido de los hijos, los hago también míos. Los tomo de la mano y los conduzco a recorrer la senda de la realización del plan de Dios, que desde la eternidad ha sido claramente trazado sobre cada uno de ellos; los amo, no los abandono jamás; se convierten en parte preciosa de mi propiedad materna. Me cuido particularmente de vuestro trabajo. No permito que jamás os falte la divina Providencia. Tomo vuestras manos y las abro al plan que el Señor realiza cada día por medio de vuestra humana colaboración. Así como mi humilde, fiel y cotidiana acción materna en la pobre casita de Nazaret hacía posible el cumplimiento del designio del Padre, que se realizaba en el crecimiento humano del Hijo, llamado a cumplir la Obra de la Redención para vuestra salvación, así también os llamo a secundar el designio del Padre, que se realiza con vuestra humana colaboración y por medio de vuestro cotidiano trabajo. Vosotros debéis hacer vuestra parte como el Padre Celeste hace la suya. Vuestra acción se debe unir a la de la divina Providencia para que el trabajo produzca su fruto en aquellos bienes, que son útiles al sostenimiento de vuestra vida, al enriquecimiento de la misma familia, de modo que sus componentes puedan gozar siempre del bienestar espiritual y material. Luego os llevo a realizar el designio de la Voluntad de Dios. Así vuelvo el trabajo espiritualmente más fecundo, porque lo convierto en fuente de méritos para vosotros y en ocasión de salvación para tantos pobres hijos míos perdidos. Entonces vuestra acción se une al amor, el trabajo a la oración, la fatiga a la ardiente sed de una cada vez mayor caridad. Así con vuestra colaboración al Querer del Padre, componéis la obra maestra de su Providencia que, por medio de vosotros, se hace concreta y cotidiana. No temáis: donde Yo entro, Conmigo entra la seguridad. No os faltará nunca nada. Hago más perfecta vuestra actividad. Purifico vuestro mismo trabajo. Participo también en todas vuestras preocupaciones. Sé que hoy son muchas las preocupaciones de una familia. Son vuestras y se hacen mías. Comparto con vosotros vuestros sufrimientos. Por esto en los tiempos tan difíciles de la actual purificación, estoy presente en las familias a Mí consagradas, como Madre preocupada y afligida, que realmente participa en todos vuestros sufrimientos. 666Consolaos, pues. Estos son mis tiempos. “Éstos”, es decir, los días que vivís son “míos” porque son tiempos señalados por una grande y fuerte presencia mía. Estos tiempos se harán tanto más “míos”, cuanto más se extienda y se haga más fuerte mi victoria, que ahora es de mi Adversario. Esta presencia mía se hará mucho más potente y extraordinaria, sobre todo, en las familias consagradas a mi Corazón Inmaculado. Será advertida por todos, y se convertirá para vosotros en fuente de una particular consolación. Avanzad, pues, en la confianza, en la esperanza, en el silencio, en vuestro trabajo cotidiano, en la oración, y en la humildad. Avanzad cada vez más en la pureza y en la recta intención; avanzad Conmigo por el difícil camino de la paz del corazón, y de la paz en vuestras familias. Si camináis todos por la vía que os he trazado, si escucháis y practicáis cuanto hoy os he dicho, vuestras familias serán los primeros brotes de mi triunfo: pequeños, escondidos, silenciosos brotes, que ya despuntan en todas las partes de la tierra como si anticipasen la nueva era y los nuevos tiempos, que ya están a las puertas. A todos os animo y os bendigo.»