Mensaje del 2 de febrero de 1987 en Dongo (Italia)
F iesta d e la p resen ta ció n d e l N iño Jesús en el Templo
El camino hacia la Divina Revelación.
«Hijos predilectos, si camináis Conmigo y con mi castísimo esposo José, mientras, estrechando entre mis brazos con inefable amor al Niño Jesús, a los cuarenta días de su nacimiento, mientras recorro el camino que conduce al Templo de Jerusalén, podréis comprender como mi función de Madre, se ejerce, sobre todo, en ser el camino por el cual el Señor viene a vosotros. Desde mi Sí en la Anunciación hasta el nacimiento en Belén, desde la presentación en el Templo hasta la huida a Egipto; desde los días de la infancia hasta los años de su adolescencia transcurridos en Nazaret; desde el comienzo de su vida pública hasta su inmolación en la Cruz, la presencia de la Madre fue siempre el camino para una nueva y mayor manifestación de la vida y de la misión de mi Hijo Jesús. En verdad mi Sí da el consentimiento al Verbo del Padre para asumir, en mi seno, su naturaleza humana; mi maternal y virginal colaboración hace posible su nacimiento a la vida terrenal; mis brazos lo presentan en el Templo de su gloria y Lo manifiestan como Revelación a todas las gentes; mi amor de Madre se convierte en ayuda preciosa durante los días de su infancia amenazada con asechanzas; mi presencia es un diario apoyo a su humana adolescencia; el calor de mi afecto es un dulce reposo a su cansancio; mi silencio es un jardín para el florecimiento de su Palabra; mi gesto de fe solicita la divina intervención y anticipa el tiempo de su misión; mi Inmaculado Corazón derrama bálsamo sobre las heridas de cada rechazo oficial; mi dolorosa cercanía es fortaleza para su subida al Calvario; mi ofrenda total es una participación interior en su inmenso padeDongo (Como), 2 de febrero de 1987 F iesta d e la p resen ta ció n d e l N iño Jesús en el Templo cer; mi presencia al pie de la Cruz es un profundo acto de c ooperación con Él en su designio de Redención. Llevado en mis brazos, Jesús se revela a las gentes; sostenido por Mí, mi Hijo cumple su divina misión; en la senda que Yo le preparo, Jesús obra y se manifiesta como Salvador del mundo. El mismo designio de Madre cumplo hacia cada uno de vosotros, mis hijos predilectos, llamados a revivir en vuestra vida sacerdotal el designio y la misión de mi Hijo Jesús. Por consiguiente, comprended el por qué os pido que os confiéis a Mí completamente por medio de vuestro acto de consagración a mi Corazón Inmaculado. Este acto me permite intervenir en vuestras vidas para dirigirlas al perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre. Así estoy a vuestro lado en cada instante de vuestra jornada; con mi silencio os ayudo a hablar; con mi voz os enseño a orar; con mis manos os guío por el justo camino; con mi presencia os aliento en vuestras fatigas; con mi amor maternal os consuelo en vuestras penas: con mi poderosa intercesión hago fructífero vuestro trabajo apostólico; con mi Corazón Inmaculado os doy gozo y paz en los momentos de desaliento y de aridez. Yo estoy siempre a vuestro lado sobre todo para subir al Calvario con vosotros, para recoger cada gota de vuestro padecer, para ayudaros a decir Sí al Querer del Padre, que os prepara para la perfecta inmolación por la salvación del mundo. Yo he estado siempre presente también en la jomada terrenal de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesús, confiado por Él al vigilante cuidado de mi maternidad universal. En cada época de su historia, he ayudado a la Iglesia a dar un testimonio luminoso de mi Hijo, para que en Ella y por medio de Ella, Jesús pudiera revelarse cada vez más a todas las gentes. Yo soy la vía para la divina Revelación. Estoy particularmente cercana a la Iglesia en estos tiempos de su dolorosa prueba y de su sangrienta purificación. Comprended, pues, el significado de mis actuales y angustiosas intervenciones. Hoy intervengo de una manera nueva, fuerte y extraordinaria, como nunca lo había hecho hasta ahora, cual Madre que quiere ayudar a todos sus hijos y como Profetisa celeste de estos vuestros últimos tiempos. Mi luz, que se está propagando más y más en los corazones y en las almas —como aurora que surge en la larga y oscura noche en que aún estáis viviendo— os anuncia que el gran día del Señor está cerca. Por esto hoy os invito a mirarme a mí, Madre que camina llevando en sus brazos al Niño Jesús al Templo de Jerusalén, hacia el lugar de su manifestación. Por esto, hoy, os invito a mirarme otra vez a mí, la Mujer vestida de Sol, que recorre todos los caminos del mundo para ser la via hacia su luminosa y gloriosa Revelación.»