Mensaje del 18 de abril de 1987 en Dongo (Italia)
Sábado Santo
El Sábado de mi gran dolor.
«Hijos míos predilectos: Permaneced hoy junto a Mí que soy vuestra madre Dolorosa. Éste es el día de mi gran dolor. Éste es el único día que he vivido con Jesús muerto. Después de haberlo piadosamente depositado en el sepulcro con la ayuda de Juan y de las santas mujeres, después de haber rodado la gran piedra delante de la entrada, por vez primera me quedé sin mi Hijo. En ese instante el tiempo se detuvo para mí. Comenzó entonces mi vigilia continua, con una plegaria incesante, rimada por el paso de las horas; en una firme esperanza que llegaba a penetrar la puerta del Cielo, con un hondo e intenso sufrimiento, hasta que al fin, pude dar lugar a la expresión de mi materno dolor, y lágrimas continuas descendían de mis ojos, como si formasen una cuna de llanto, en que depositar a todos vosotros, que me habéis sido confiados desde la Cruz por mi Hijo Jesús. Éste es el sábado del gran reposo. Éste es el sábado del gran silencio. Éste es el sábado de mi gran dolor. Éste es el único día en que la Madre se quedó sola, crucificada e implorante, confiada y fiel, abrumada por el peso de su sufrimiento. Éste es el día en que vuestra Madre tiene tanta necesidad de consuelo. És el día en que la Madre tiene necesidad del amor de todos sus hijos. Hoy os recojo en mis brazos matemos y me consuelo al sentir que vosotros me amáis verdaderamente como hijos. Me parece que aún escucho Su voz elevándose en su extrema y más preciosa ofrenda: — ¡Mujer, he ahí a tu hijo! Hoy, en la cuna de este dolor mío, todos os abrís para recibir el fruto divino de este su último obsequio. Éste es mi día y el vuestro. Entrad en el nuevo reposo sabático de mi espiritual maternidad. La Iglesia ha recibido este don como el fruto primero de la pasión y de la muerte de mi Hijo Jesús. Ésta es la razón por la cual desde los tiempos más antiguos se ha propagado la tradición de dedicarme el Sábado para honrarme en una especial veneración. Os pido hoy de nuevo que me consagréis este día. Es el día que señala el paso entre la muerte y la resurrección de Jesús. Es un día de tránsito para todos: de la muerte a la vida; de la pasión a la gloria; del egoísmo al amor; de la esclavitud a la libertad; de la tiniebla más profunda, a la Luz que no conoce ocaso. Entrad en este reposo luminoso. Por eso os invito de nuevo a dedicar en mi honor el día del sábado para que os pueda ayudar a entrar en vuestro reposo, viviendo cada día vuestra Pascua junto a Mí, Madre dolorosa de la Pasión y Madre gozosa de la Resurrección.»