Mensaje del 16 de abril de 1987 en Dongo (Italia)
Jueves Santo
Entrad con Jesús en Getsemaní.
«Vivid en el claustro virginal de mi Corazón Inmaculado, íntimamente asociados con Jesús, en estas horas dolorosas de su Pasión redentora. Ésta es su Pascua. Ésta es vuestra Pascua. Hoy recordáis la institución del nuevo Sacrificio y del nuevo Sacerdocio. En su designio de Amor, con los Doce Apóstoles estabais también presentes todos vosotros, mis hijos predilectos. Ésta es la gran fiesta del Sacerdocio. Os halláis de nuevo en tomo a vuestros Obispos para renovar las promesas hechas en el día de vuestra ordenación sacerdotal. Hoy os invito a todos a renovar conmigo el compromiso de vuestra mayor fidelidad. Sed fieles a Jesús y a su Evangelio; sed fieles al Papa y a la Iglesia unida a Él; sed fieles a la celebración vivida de la Eucaristía y a la administración de los santos sacramentos, sobre todo al sacramento de la reconciliación; sed fieles a la obligación del sagrado celibato que habéis asumido; sed fieles a la plegaria, al apostolado, al ejercicio de una caridad cada vez más perfecta. Entonces podréis consolar al Divino Corazón sacerdotal de vuestro hermano Jesús, por tanto abandono y por una tan vasta traición que también hoy se renueva. Entrad con Jesús en Getsemaní. Dejaos apretar entre sus brazos para saborear toda la agonía de un Corazón que más ha amado, que más se ha entregado, y que ha sido aplastado por todo el mal, el odio y el pecado del mundo. Este Corazón tiene ahora tanta necesidad de consuelo, y no lo halla; busca ahora a sus tres apóstoles más queridos, y duermen; a sus amados discípulos, pero están lejos; el gesto de un amigo, pero recibe el beso de un traidor; la confirmación de un amor especial, pero recibe como respuesta una negación. Besad sus labios para saborear toda la amargura de su Cáliz. Entonces comprenderéis por qué bajo el enorme peso que lo abruma y oprime, un sudor copioso con gotas de sangre comienza a cubrir su divino Cuerpo, abatido por el peso de la justicia del Padre. Para esta Su interior agonía tan dolorosa, sean caricia suave vuestra plegaria, y mano compasiva que enjugue su sangre, vuestro amor sacerdotal, el consuelo esperado, vuestra fidelidad, y compañía esperada el perfecto ejercicio de vuestro ministerio, el agua clara que sacie su sed, vuestra entrega a las almas, y el alivio de sus profundas llagas, vuestra pureza, vuestra humildad y vuestra pequeñez. Entrad con Jesús en Getsemaní que siempre se perpetúa en el tiempo. Sólo así os purificaréis y santiticaréis en la fuente misma de vuestro Sacerdocio. Sólo así os convertiréis en la sal que purifica tanto alimento emponzoñado. Sólo así seréis vosotros las luces encendidas en las lámparas en medio de la densa noche de agonía que envuelve a la Iglesia y a toda la humanidad. Y en el Corazón Inmaculado de vuestra madre Celestial, aurora que anuncia el radiante día de Cristo, podréis hoy convertiros en testigos de Su luminoso triunfo.»