Mensaje del 8 de septiembre de 1986 en Milán
Natividad de la Bienaventurada Virgen María
Mi Nacimiento.
«En la fiesta de mi nacimiento exulta el Paraíso, y la Iglesia purgante y la militante me miran como señal de alegría, de esperanza y de maternal consolación. Mi Nacimiento es causa de vuestra alegría. En el momento en que nace vuestra Madre Celestial, como aurora que surge, tenéis la seguridad de la pronta llegada del día radiante de vuestra salvación. Junto a mi cuna se estremece de alegría el Cielo, con las innumerables milicias de los Angeles, que desde siempre han esperado este inefable momento. Alrededor de mi cuna se reúnen con alborozo las almas de los Profetas y de los Justos, que han esperado, preparado y han vivido en la expectación de este gozoso acontecimiento. Sobre mi cuna se inclina el Padre con inmenso amor de predilección en la contemplación de la obra maestra de Su creación; el Verbo, que espera depositarse en mi seno virginal y materno; el Espíritu Santo, que ya se comunica a mi alma con plenitud de amor. Por esto mi nacimiento es ante todo motivo de gran alegría para todos vosotros, que os complacéis invocándome como la causa de vuestra alegría. Mi Nacimiento es también causa de vuestra esperanza. Ahora la Redención, esperada, deseada y vaticinada durante tantos siglos, está a punto de ser un evento concreto de vuestra historia. Yo nazco para dar nacimiento a Jesús, vuestro Redentor y Salvador. Se abre una nueva aurora para toda la humanidad. El pecado está a punto de ser vencido y para el Espíritu del mal se acerca el momento de su completa derrota, mientras toda la creación se prepara para recibir el don de su renovación total. Por esto mi nacimiento es motivo de esperanza para todos vosotros, que os complacéis en invocarme como Madre de la esperanza. Mi Nacimiento es sobre todo causa de vuestra consolación. La pequeña criatura, recién nacida, que hoy contempláis todavía en la cuna, tiene el admirable designio de llegar a ser Madre de Jesús y Madre de toda la humanidad. Y esto os proporciona un gran consuelo en los dolorosos momentos que estáis viviendo. Porque todos tenéis una Madre Inmaculada que os conoce, os comprende, os ayuda y os defiende. Sobre todo, en las horas sangrientas del gran sufrimiento a que estáis llamados, qué gran consuelo es para vosotros el saber con seguridad que la Madre Celestial está siempre a vuestro lado para compartir vuestro padecer, para corroborar vuestra confianza y para consolaros en vuestros muchos dolores. No temáis. No tengáis miedo. Sentid junto a vosotros a la Madre Celestial, y, al venerarla hoy en el momento de su nacimiento terrenal, sea, sobre todo en estos tiempos vuestros, causa de alegría, de esperanza y de consolación para todos.»