Mensaje del 7 de octubre de 1986
Fiesta de Nuestra Señora del Rosario
El Rosario os lleva a la Paz.
«Soy la Reina del Santo Rosario. Soy vuestra Capitana, que os guía en la terrible batalla contra Satanás y todos los Espíritus del Mal. Si os dejáis conducir por Mí, con docilidad, sentiréis siempre junto a vosotros la ayuda preciosa que os dan los Angeles del Señor, los Bienaventurados y los Santos del Paraíso y todas las almas que aún se purifican en el Purgatorio. Yo soy, de hecho, la Capitana de un solo y único ejército. Hoy, al recordar la fecha de una gran victoria mía, quiero invitaros a combatir, con valor y confianza, sin dejaros intimidar por la engañosa y peligrosa táctica empleada por mi Adversario para desalentaros. Por esto os quiero revelar tres insidias de la estrategia particular, utilizada por mi Adversario en esta gran lucha. —La primera es difundir la certeza de haber logrado ya conquistar todo el mundo, de haber instaurado en él su reino y de ejercer en él pleno dominio. Su gran conquista es la humanidad actual, que se ha rebelado contra Dios y repite su soberbio grito de desafío: ¡No serviré al Señor! Medio muy peligroso, usado en estos tiempos por Satanás, es dar la impresión de que ya no hay nada que hacer, de que hoy no se puede cambiar nada, de que es inútil ahora cualquier esfuerzo para conducir de nuevo a la humanidad por la senda del retorno a Dios y al bien. Pero vuestra Madre Celestial os asegura que también esta misma humanidad forma parte preciosa del pueblo de Dios, conquistado por Jesús al precio de Su Sangre, derramada hasta la última gota para su salvación. Dios, sobre todo hoy, es el único vencedor y ama a toda esta pobre humanidad enferma, que le ha sido arrebatada, y prepara el momento en que, con el milagro más grande de Su amor misericordioso la conducirá por el camino del retomo a Él, para que pueda finalmente conocer una nueva era de paz, amor, de santidad y de alegría. Por esto Yo os invito a usar siempre el arma poderosa de la confianza, del filial abandono, de una caridad grande y sin límites, de una plena disponibilidad a todas las necesidades espirituales y materiales del prójimo, de una maternal e ilimitada misericordia. —La segunda es la de haber logrado poner a la Iglesia en estado de grave dificultad, sacudiéndola desde sus fundamentos con el viento de la contestación, de la división, de la infidelidad y de la apostasía. Muchos se desaniman al ver qué numerosos son hoy los Pastores que se dejan engañar por su acción astuta y peligrosa. El medio que debéis usar para contrarrestar esta insidia diabólica es vuestra consagración a mi Corazón Inmaculado, porque la Iglesia, aunque hoy aparezca, lacerada, oscurecida y derrotada, ha sido confiada por Jesús a la custodia amorosa de vuestra Madre Celestial. 618Yo quiero ayudarla, consolarla y curarla a través de vosotros, hijos consagrados a mi Corazón y dóciles instrumentos de mi materno Querer. Por medio de vosotros derramo bálsamo en sus dolorosas heridas, la conforto en sus horas de desolada pasión, preparo el momento de su mayor renovación. Lo hago en estos tiempos, de manera particularísima, por medio de mi Papa Juan Pablo II, que lleva a todas partes la señal de mi presencia materna. El os da la señal para el combate; Él os guía en la lucha. Él os enseña el valor y la confianza; Él os anuncia ya mi segura victoria. Seguidle por el camino que os traza, si queréis preparar Conmigo un nuevo y radiante Pentecostés para toda la Iglesia. —La tercera es la de lograr difundir en todas partes, a través de todos los medios de comunicación social, sus obras malévolas de destrucción y de muerte. Así las divisiones se multiplican, la impureza es exaltada, la corrupción se extiende, la violencia se difunde cada vez más, el odio crece y las guerras se extienden amenazadoras. Para combatir y vencer todos estos males, que intentan sumergir a la humanidad entera, vosotros debéis recurrir al arma poderosa de la oración. De hecho la nueva era sólo podrá llegar a vosotros como don del espíritu del Señor, no como fruto de obra humana. Por tanto, es necesario implorar este don con la oración continua, incesante y confiada. Orad Conmigo. Toda la Iglesia debe entrar en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado para invocar, con la Madre Celestial, una particularísima efusión del Espíritu Santo, que la conducirá a vivir la experiencia de un segundo y radiante Pentecostés. Orad sobre todo con la oración del Santo Rosario. El Rosario sea para todos el arma poderosa que debe usarse en estos tiempos. El Rosario os lleva a la paz. Con esta plegaria vosotros podéis obtener del Señor la gran gracia del cambio de los corazones, de la conversión de las almas, del retorno de toda la humanidad a Dios por la vía del arrepentimiento, del amor, de la gracia divina y de la santidad. Entonces no digáis nunca: “Pero si siempre y en todas partes todo sigue como antes. ¡Nunca cambia nada!” No es verdad, hijos míos predilectos. Todos los días, en el silencio y en lo oculto, la Madre Celestial libra su batalla contra el Adversario y obra, por medio de señales y de manifestaciones tan extraordinarias, para cambiar el corazón del mundo.»