Mensaje del 27 de marzo de 1986 en Dongo
Jueves Santo
Divino Misterio.
«Hoy es vuestra fiesta, hijos predilectos, porque es vuestra Pascua. Recordáis la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. ¡Cuánto deseó Jesús comer esta Pascua con sus discípulos, antes de su Pasión! Desead también vosotros consumar, con mucho amor, el misterio de vuestra Pascua sacerdotal. Es un Divino Misterio de Amor. Se os llama a todos a la pureza del amor. Por esto cada día obro fuertemente en vosotros, para transformar vuestro corazón y conformarlo al de mi hijo Jesús. Os introduzco en el homo ardiente de su divino y purísimo amor, porque un corazón sacerdotal se debe dejar plasmar y transformar por el Corazón de Jesús, sumo y eterno Sacerdote. Un corazón sacerdotal debe ser manso y humilde, misericordioso y sensible, puro y compasivo, abierto, como un cáliz, al amor de Dios de manera exclusiva y total, y después de haberse llenado del amor divino, despedir de sí llamas de inextinguible caridad a todos los hermanos. También hoy es el día del mandamiento nuevo —amaos los unos a los otros, como Yo os he amado— . Es el día de su comprometedor mandato: —Si esto lo he hecho Yo, que soy vuestro Maestro y Señor, hacedlo también vosotros si queréis ser mis discípulos. Hijos predilectos, poneos siempre al servicio de todos: lavad también vosotros los pies de vuestros hermanos, derramando bálsamo sobre sus heridas, compartiendo totalmente con ellos sus necesidades y su pobreza, cargando sobre vuestros hombros el peso del pecado y el mal del mundo. Es un divino misterio de oración. Vuestro sacerdocio se expresa en una perenne obra de mediación entre Dios y los hombres. Y ésta se ejercita con vuestra oración sacerdotal, sobre todo, cuando ofrecéis a Dios el Sacrificio cotidiano de la Santa Misa, que, por medio de vosotros, hace perenne y universal el don pascual de esta Última Cena. Es perfección de oración, es decir, de unión profunda de vida con Dios, el ejercicio del Sacerdocio dando a los fieles los Sacramentos, instituidos por Jesús, para salvación de todos. Sobre todo, es perfección de oración vuestra dócil y diligente disponibilidad a las necesidades de las almas, que os empuja con frecuencia a entrar en el confesionario, como ministros del Sacramento de la Penitencia, con el que podéis curar las profundas llagas de muchos pecados. Por medio de vuestro buen ejemplo, retome de nuevo en toda la Iglesia el uso frecuente de la Confesión, poniendo en práctica todo lo que, en este día, mi primer hijo predilecto, el Papa Juan Pablo II, ha pedido en su carta dirigida a todos los Sacerdotes. Es un divino misterio de sufrimiento. La institución del Sacerdocio se ordena, sobre todo, a una perenne, aunque incruenta, inmolación de Jesús, que perpetúa la realizada por Él en el Calvario. De este modo también vosotros sois llamados por Mí a sufrir con Jesús, a inmolaros con Él por la salvación de las almas. Subid el Calvario de este siglo indiferente y cruel, prontos a morir como Jesús, para que vuestros hermanos tengan vida. Por esto, en estos tiempos, os pido mayores y más continuos sufrimientos. No os desalentéis; antes bien, estad alegres. Si entráis en el jardín de mi Corazón Inmaculado, probaréis cada vez más lo que Jesús experimentó de manera perfecta: el gozo de la inmolación por amor y la salvación de todos. Y así, cada día, podéis decir con verdad a las almas, que os han sido confiadas: “¡Cuánto he deseado comer esta Pascua mía con vosotros!»