Mensaje del 15 de septiembre de 1986
Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores
Os formo en el padecer.
«Hijos predilectos, aprended de Mí a decir siempre Sí al Padre Celestial, incluso cuando os pide la contribución preciosa de vuestros sufrimientos. Soy la Virgen Dolorosa. Soy la Madre del sufrimiento. Mi Hijo Jesús nació de Mí para inmolarse, como víctima de amor, para vuestro rescate. Jesús es el dócil y manso cordero, que mudo se deja conducir al matadero. Jesús es el verdadero Cordero de Dios, que quita todos los pecados del mundo. Desde el momento de su descenso a mi seno virginal hasta el momento de su subida a la Cruz, Jesús se ha abandonado siempre al Querer del Padre, ofreciéndole con amor y con alegría el don precioso de todo su padecer. Yo soy la Dolorosa, porque, como Madre, he formado, he hecho crecer, he seguido, he amado y he ofrecido a mi hijo Jesús, como dócil y mansa víctima, a la divina justicia del Padre. Así he podido ser la ayuda y el consuelo más grande en su inmenso sufrir. En estos tiempos tan dolorosos, Yo estoy también como Madre al lado de cada uno de vosotros para formaros, ayudaros y daros ánimo en todo vuestro padecer. Os formo en el padecer, al decir con vosotros el Sí al Padre Celestial, que Él os pide, como vuestra personal colaboración a la Redención llevada a cabo por mi Hijo Jesús. En esto, Yo, vuestra Madre Celestial, he sido para vosotros ejemplo y modelo, porque por mi perfecta cooperación a todo el padecer de mi Hijo, me convertí en la primera colaboradora de su Obra redentora con mi dolor materno. Me hice verdadera corredentora, y ahora me puedo ofrecer como ejemplo para cada uno de vosotros al ofrecer el propio sufrimiento personal al Señor, para ayudar a todos a seguir el camino del bien y de la salvación. Por este motivo, mi deber materno, en estos tiempos sangrientos de purificación, es el de formaros sobre todo para el padecer. Os ayudo también a sufrir con mi presencia de madre, que os solicita transforméis todo vuestro dolor en un perfecto don de amor. Por esto os educo en la docilidad, en la mansedumbre, en la humildad de corazón. Os ayudo a sufrir, con la alegría de entregaros a los hermanos, como se dio Jesús. Entonces llevaréis vuestra Cruz con alegría, vuestro sufrimiento se volverá dulce y será la vía segura que os conducirá a la verdadera paz del corazón. Os conforto en todos los sufrimientos, con la seguridad de que Yo estoy junto a vosotros, como estuve junto a la Cruz de Jesús. Hoy, cuando los dolores aumentan en todas partes, todos advertirán, cada vez con más intensidad, la presencia de la Madre Celestial. Porque ésta es mi misión de Madre y Corredentora: acoger cada gota de vuestro padecer,, transformarla en un don precioso de amor y de reparación y ofrecerla cada día a la Justicia de Dios. Sólo así podemos forzar juntos la puerta de oro del Corazón Divino de mi Hijo Jesús para que pueda hacer descender pronto, sobre la Iglesia y sobre la humanidad, el río de gracias y de fuego de su Amor Misericordioso, que renovará todas las cosas.»