Mensaje del 9 de febrero de 1985 en Santuario de Castelmonte (Udine)
(Después del rezo del Santo Rosario)
Mi palabra.
«Hijos predilectos, habéis venido a mi Santuario, con espíritu de oración y de reparación. Habéis subido aquí en peregrinación, adonde os espero para llenaros de gracias, de fuerza y de materna consolación. Cada vez que venís a los pies de mi imagen, tan venerada, para rendirme el homenaje de vuestro filial amor, hago descender muchas gracias de mi Corazón Inmaculado sobre vosotros, sobre todos mis hijos predilectos del mundo, sobre la Iglesia, sobre mis pobres hijos pecadores, sobre la humanidad, tan amenazada por el mal, el odio,la violencia, la guerra y la aridez del pecado y una cada vez más vasta inmoralidad. En esta Casa, la Madre Celeste os consuela y os alienta, os forma y os guía, os fortalece y os confirma a través de la palabra que os ofrece para indicaros el camino. ¡Oh, qué necesaria es hoy mi palabra materna para vosotros! Por esto la hago brotar de mi Corazón de forma cada vez más abundante. Sentid el profundo deseo de ella; acogedla con humildad y docilidad; meditadla en el corazón; actuadla en vuestra vida. Mi pa labra, ante todo, es una flor de Sabiduría, que hago descender del Cielo. Ella parte de la Sabiduría eterna del Verbo. El es la Sabiduría increada, que revela el designio del Padre, de quien es la imagen perfecta. Esta Sabiduría, encamada en mi seno virginal, de Palabra se hizo Hombre, y tiene la misión de dar siempre a los hombres el don de la eterna Verdad. Esta divina Palabra, contenida en el Sagrada Escritura y, sobre todo, en el Evangelio, es la sola Luz que os debe guiar. Pero hoy se encuentra eclipsada por muchas dudas, porque se la pretende interpretar según el modo humano de razonar y ver, y con frecuencia no se la presenta en toda su integridad. Los errores se propagan y, cuando os acercáis al designio de Dios, no acabáis de comprenderlo plenamente, porque tomáis una actitud demasiado humana, que quiere comprender sólo a través de la razón. Esta es una actitud soberbia, y es la menos indicada para acercaros al grande misterio de Dios. Para comprender su Verdad, es necesario ser pequeños; para verla en su justa luz, es necesario ser pobres; para custodiarla en su integridad, hay que ser sencillos; para darla a los demás, en el esplendor de su autenticidad, hay que ser humildes. Por esto, con mi Palabra, os formo en la humildad, en la sencillez, en la pequeñez. Quiero conduciros a ser como niños, porqué sólo así os puedo hablar. Mi palabra es una flor de Sabiduría, que os forma a través del Espíritu Santo, que se os da por el Padre y el Hijo, y que os conduce a una cada vez más íntegra y profunda comprensión del Evangelio. En la oscuridad, que hoy ha descendido por doquier, mi palabra de Sabiduría es un rayo de purísima luz, que os indica el camino que hay que recorrer y la senda por la que debéis avanzar para permanecer siempre en la Verdad. Las tinieblas, como una niebla, densa y fría, han penetrado en la Iglesia, oscureciéndola en el esplendor de su Verdad. Por esto, cada día, mi palabra os forma en el espíritu de la Sabiduría, para que podáis ver siempre, en la luz, la Verdad que mi Hijo Jesús os ha enseñado, y anunciarla con valor a todos en su integridad. Ha llegado el tiempo en que sólo los niños, consagrados a mi Corazón Inmaculado, y confiados completamente a la Madre Celeste, tendrán el don de mantenerse íntegros a la fe, y de llevar a la verdadera fe a las almas a ellos confiadas. Mi palabra es una gota de rocío, que hago descender sobre la Tierra, convertida en un inmenso desierto; sobre la vida humana, tan agostada por el pecado y el sufrimiento. ¡Cuántos hijos míos son como árboles secos y sin vida; en la Iglesia, cuántos, aun entre mis predilectos, se han dejado prender por la aridez y el desaliento! Ellos continúan ejerciendo su ministerio, pero sin entusiasmo y sin alegría porque las dificultades los detienen y el peso enorme de la purificación, que estáis viviendo, los aplasta. Tenéis necesidad de que mi palabra haga descender sobre vuestro árido corazón una lluvia de ternura materna, de frescor, de filial abandono, de esperanza en los hermosos días que os esperan, en la nueva era, que está ya para florecer sobre el desierto de los últimos tiempos. Mi palabra es, por lo tanto, como una gota de rocío, que hago descender de mi Corazón Inmaculado sobre vuestro corazón, para que pueda abrirse al calor de la nueva vida que cultivo dentro de vosotros, para ofreceros, como flores perfumadas, y finalmente abiertas, al perfecto homenaje de la Santísima Trinidad. M i Palabra es, en fin, un manantial de gracias, que hago fluir sobre vosotros para abrir de par en par vuestra alma a un nuevo esplendor de belleza y de santidad, para limpiaros hasta la más leve mancha de pecado, porque os quiero bellos, puros y luminosos, abiertos al don divino de la Gracia, para que en vuestra vida florezca la plenitud del amor y de la más perfecta caridad. Mis gracias os llegan a través del don de mi palabra, que se hace luz para la mente, vida para el corazón y sostén para vuestro camino. En el tremendo y sangriento período final de la purificación, que os espera y que, justamente en estos años, se hará sentir particularmente dolorosa, os preparo a recibir con mayor docilidad el don materno de mi palabra. Así, en medio de la gran oscuridad, podéis caminar a la luz de la Sabiduría; en la aridez, podéis siempre ser consolados por mi ternura, bálsamo que se derrama sobre tantas llagas abiertas y sangrantes. En toda circunstancia de vuestra existencia podéis obtener la gracia de corresponder al amor de Jesús, y de cantar hoy la gloria de la divina Trinidad, caminado por la senda de una santidad, que quiero cada vez mayor. En estos mismos años de la gran purificación, Yo quiero ofreceros a la Iglesia como un signo cada vez más visible de mi triunfo materno.»