Mensaje del 5 de julio de 1985 durante los ejercicios espirituales en San Marino
Mensaje dado de viva voz: primer viernes de mes. Al final de la
procesión de la tarde
Instrumentos de mi paz.
«Hijos míos predilectos, cuánto he agradecido esta tarde el homenaje que me habéis hecho, como broche de oro de la semana en la que todos os habéis recogido aquí, en el precioso refugio de mi Corazón Inmaculado. Nunca como en estos tiempos, mi Corazón Inmaculado es para cada uno de vosotros el refugio y el camino seguro, que os conduce a Dios. Cuanto predije en Fátima a mi hija Sor Lucía es hoy una realidad para la humanidad y para la Iglesia que tienen tanta necesidad de este mi materno e inmaculado refugio. Porque todos estáis ya dentro de mis tiempos. Estos son los tiempos dolorosos predichos por Mí en lo que todo camina hacia su más doloroso y sangriento cumplimiento. Por esto os he querido una vez más aquí, sobre este monte, en una semana de Ejercicios Espirituales, tan extraordinaria de gracias. Estos Ejercicios tienen una particular y gran importancia, que sólo más adelante comprenderéis. Durante estos días os he formado en la oración. Os he enseñado a orar, a orar bien Conmigo, a través de la oración que brota del corazón, vuestra oración del corazón, en la que con la mente, con la voluntad, con el alma, con el corazón, debéis sentir y ver la realidad que invocáis con la oración Vuestra Madre Celeste quiere formaros cada vez más en la oración del corazón, para que esta oración sea el camino que os lleve a la paz del corazón. Quiero obtener para cada uno de vosotros el don de la paz del corazón. Habéis venido con vuestros corazones, cargados de dificultades, de dolores, de esperanzas, de preocupaciones, de expectativas: todo lo he recibido en mi Corazón Inmaculado, y os doy la paz del corazón. Partid en la paz de vuestros corazones y convertios, en tomo a vosotros, en instrumentos de mi Paz. Por esto, reunid cada vez más a las almas en Cenáculos de oración intensa, profunda, para que pueda darles la paz del corazón. En el momento en que la paz se aleja cada vez más de los hombres, de las familias, de las naciones, de la humanidad, signo de mi triunfo materno es la paz, que desde ahora quiero llevar al corazón de todos mis hijos: de los que me escuchan, me siguen, se consagran a mi Corazón Inmaculado. Por esto os pido que continuéis aún en vuestros Cenáculos de oración, porque, con la gracia que brota de mi Corazón y que os lleva a una plenitud de amor con mi hijo Jesús, quiero dar hoy a mis hijos el precioso don de la paz de los corazones. Aquí también os he enseñado a amaros mutuamente.¡Qué contenta se pone la Madre cuando os ve como a tantos hermanitos que se aman, que quieren crecer en el mutuo amor, no obstante las dificultades que provienen de vuestras limitaciones, de vuestros numerosos defectos, y de las taimadas asechanzas que os tiende mi Adversario, quien pretende solamente arrebatar la paz de vuestro corazón, y sembrar discordias, incomprensiones y divisiones entre vosotros! Así como con la oración os llevo a la paz, con mi presencia materna os llevo la fraternidad. Debéis crecer más en el mutuo amor, debéis saberos amar mejor. La Madre goza cuando os queréis mucho, cuando después de la mínima fisura de este amor, sabéis reconciliaros, daros la mano y camináis juntos, porque os amo uno a uno, pero también hermanados. No podéis acercaros a Mí solos. Porque si venís solos, os preguntaré: “¿Y vuestros hermanos, dónde están?” Debéis venir a mi Corazón unidos, ligados por el vínculo divino de una cada vez más perfecta y recíproca caridad. Puesto que mi Adversario os tiende muchas asechanzas en este punto, quiero que antes que descendáis de este monte, me hagáis una promesa: la de quereros siempre más, la de caminar todos unidos, agarrados de la mano, porque en un mundo donde mi Adversario consigue dominar con el egoísmo, el odio y la división, signo de mi triunfo es vuestro mutuo amor. Quiero que cada vez se haga mayor, como anticipo del mundo nuevo que estáis preparando y os espera, y que será un mundo abierto de par en par sólo a la perfecta, inmensa, verdadera capacidad de amaros entre vosotros. Pero, antes de descender de este monte, acojo también el don de vuestro personal sufrimiento. Como os lo anuncié en el País donde todavía me aparezco, como un anticipo y preparación materna a lo que os habría de acontecer, en este año he purificado profundamente mi Movimiento: he cargado sobre él una cruz, cuyo peso sentís aún, profunda, sí, muy profunda, para que mi Obra se purifique y pueda cada vez más responder a mi designio. ¡No os desaniméis! Tened mucha confianza en Mí. Algo muy grande y nuevo está a punto de abrirse para mi Obra, porque habéis entrado en la fase de su plena actuación. ¡Cuánto dolor encontraréis en los caminos del mundo! Cuando descendáis de este Cenáculo, donde os he recogido, llevad, por doquier, el materno reflejo de mi misericordiosa asistencia: derramad bálsamo sobre tantas heridas abiertas y sangrantes; decid mi palabra suave a cuantos caminan en la aridez, en la oscuridd, en el desconsuelo y en la desesperación. Sois el signo de mi presencia materna, los rayos de luz que parten de mi Corazón Inmaculado para descender sobre una humanidad devastada y sobre una Iglesia oscurecida y dividida. Pronto esta división se manifestará abiertamente, fuerte y vasta, y entonces deberéis ser el vínculo que una a los que quieran permanecer en la unidad de la fe, en la obediencia a la Jerarquía y, a través de innumerables pruebas, quieran preparar los nuevos tiempos que os esperan. No os dejo partir sin dirigiros mi materna palabra y sin daros el consuelo, que desciende de mi Corazón Inmaculado. Estoy siempre con vosotros. Me sentiréis siempre a vuestro lado. Soy vuestra tierna Madre, que os conduce a Jesús y os lleva la Paz. Con alegría y gratitud por todo el bien que habéis hecho, y por la alegría que habéis dado al profundo dolor de mi Corazón Inmaculado, esta tarde, como Madre vuestra, os doy las gracias y os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.»