Mensaje del 24 de diciembre de 1985 en Dongo (Italia)
Noche Santa
Un gran silencio.
«Es la Noche Santa. Hijos predilectos, pasadla Conmigo, en el gozoso recuerdo de los momentos que viví, mientras se preparaba el nacimiento en el tiempo del Verbo del Padre, del verdadero Hijo de Dios. U n arcano silencio sellaba el desarrollo de este gran misterio de amor. Una dulce armonía de paz envolvía mi virginal persona, llamada a abrirse al don materno del Hijo. Un gran silencio rodeaba el cumplimiento de este divino misterio. Mientras el silencio lo penetraba todo, en medio de la noche, la eterna Palabra del Padre descendía como rocío sobre el mundo, llamado a recibir su divino brote. Y en medio de este profundo silencio, he aquí que se abren las voces celestiales de los Ángeles y los corazones de los pastores, que saben comprender lo que para los grandes permanece escondido. Así debe acontecer en cada encuentro con el Verbo, que se encama en la vida de cada uno de vosotros. Asi debe ser en vuestro encuentro cotidiano con mi hijo Jesús Así debe ser en la Navidad que cada día se os llama a vivir, acogiendo con amor en vuestro corazón y en vuestra alma al Señor, que os salva y os conduce a la paz. Así debe ser, también, en su segunda venida, cuando retome en el esplendor de su divinidad y venga sobre las nubes del cielo a instaurar su Reino en gloria. Es necesario también hoy un gran silencio para comprender el arcano designio de Dios, y para saber leer los signos de los tiempos que vivís, que os anuncian su cercano retomo. Abrid vuestros corazones a la humildad, a la sencillez, al candor de los pequeños. Perseverad en la oración y en la confianza. Vivid cada día con vuestra Madre Celeste vuestra perenne Navidad, que se perpetúa en el tiempo, para gozo y salvación de todos.»