Mensaje del 14 de febrero de 1985 en Santuario de Castelmonte (Udine)
(Después del Rezo del Santo Rosario)
Mi pureza y la vuestra.
«Hijos míos predilectos, os he querido aquí hoy, en una jornada luminosa, con el cielo azul, un sol cálido y la nieve que da un tono de pureza a las altas montañas que coronan este lugar, donde se levanta la bendita casa de vuestra Madre Celeste. Os envuelvo en mis rayos matemos; os ilumino con la luz que parte de mi Corazón Inmaculado; os cubro con mi manto celeste para volveros también a vosotros cada vez más puros. Yo soy la Madre de la pureza. Soy la madre siempre Virgen. Soy el candor inmaculado, el esplendor del cielo, que refleja sobre el mundo la luz de la Santísima Trinidad; el alba que pone fin a la noche, la Madre de la Gracia, que aleja de vosotros todo pecado; la medicina del Paraíso, que cual bálsamo suave, cierra cada una de vuestras heridas. ¡Yo soy la Madre toda hermosa: tota pulchra, tota pulchra! Mi pureza es, ante todo una pureza de mente. ¡Oh!, mi inteligencia estuvo siempre orientada a buscar, a meditar, a custodiar, y a vivir la Voluntad del Señor. Su Palabra fue acogida por Mí con docilidad y con virginidad; siempre estuve atenta a comprenderla y a custodiarla en toda su integridad. Durante toda mi existencia, ni siquiera la sombra lejana de una duda o de un error desfloró jamás la integridad virginal de mi mente, abierta sólo a recibir el don de la divina Sabiduría. Esta pureza de mente ha sido el camino que me ha conducido a una más profunda pureza de corazón. Mi Corazón ha sido enteramente formado para recibir el amor de Dios y para devolvérselo con el ímpetu virginal y materno de una criatura cultivada en el jardín de la Trinidad, al sol divino de un Amor recibido y correspondido de manera perfecta. Ningún corazón humano ha amado jamás, ni podrá jamás amar como lo ha hecho el de vuestra Madre Celeste. Se abrió como una flor, que abre sus pétalos para derramar a su alrededor candor, belleza y perfume de cielo. Por esto, Yo pude formar la carne y la sangre de Aquél, que es el Lirio de los valles, y que ama de modo singular a los puros de corazón. He sido también la más pura en el amar al prójimo. Después de Jesús, ninguna criatura ha podido amar a la humanidad como el Corazón de vuestra Madre; en este perfecto amor hacia todos se encuentra el íntimo venero del que brota la función de mi divina y universal maternidad. De la pureza del corazón, entráis entonces Conmigo en lo íntimo de mi vida para descubrir cómo fui pura de alma. El alma se hace impura cuando la oscurece y empaña aun la más leve sombra de pecado. Un mínimo pecado venial afea su candor, desflora y aja su encanto de luz. Yo, por singular privilegio, fui preservada del pecado original y fui llena de Gracia. Durante toda mi existencia, ni siquiera por un instante, mi alma fue desflorada por el pecado, aun venial: siempre fue toda luz, toda bella, toda pura. Si toda alma creada por Dios, al ser espiritual y elevada a la participación de Su divina naturaleza, refleja la luz de la Trinidad, comprended cómo ningún alma podrá jamás reflejar, como en un tersísimo espejo, el esplendor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como el alma purísima de vuestra Madre Celeste. La envoltura que debía guardar el precioso tesoro de una perfecta pureza de mente, de corazón y de alma debía ser este mi cuerpo. Entonces también mi cuerpo ha estado todo envuelto de una luz de inviolada pureza. He sido pura de cuerpo, no sólo por haberlo guardado íntegro del mínimo pecado de impureza, sino también porque el Señor quiso que en él resplandeciera, de manera prodigiosa, su divina obra maestra. Mi cuerpo que, por su función materna, debía abrirse en el momento del don del Hijo y romper el encanto de su integridad, por singular privilegio, ha permanecido intacto. Así pude donaros a mi Hijo, permaneciendo íntegra la envoltura virginal, por lo que, aun en el instante de mi don materno, permanecí siempre virgen. Virgen antes del parto, porque lo que aconteció en Mí, fue sólo obra del Espíritu Santo. Virgen durante el parto, porque lo que se realizó en aquel momento fue operación de la Santísima Trinidad. Envuelta por la Luz de Dios y su secreto, sólo delante de El aconteció el nacimiento milagroso de mi divino Hijo. Virgen después del parto, porque jamás nada turbó el encanto inviolado de mi purísimo cuerpo, llamado a custodiar mi alma inmaculada, para que en la persona de vuestra Madre Celeste pudiera resplandecer, de manera perfecta, el fulgor santísimo de la divina Trinidad. Defended este privilegio mío, negado hoy por muchos de modo tan ligero y banal; defendedlo siempre. Y pido también a todos vosotros ser puros. Qué grande es hoy mi sufrimiento cuando veo que esta virtud ya no se enseña, ni se cultiva en los corazones de los jóvenes y adolescentes, aun en los de aquellos que se consagran a Dios. En nombre de una falsa libertad, se les encamina hacia experiencias que arrebatan de su alma este encanto de Paraíso. ¡Qué afligida está hoy vuestra Madre Celeste al ver a tantas almas sacerdotales y consagradas, áridas por la impureza, que se ha difundido por doquier como un terrible cáncer! Ved ahí por qué no lográis ya comprender el designio de Dios, para ser tan sencillos y pequeños de poder escuchar con docilidad la voz de vuestra Madre Celeste. Sólo a los puros se revelan los misterios del Reino de Dios: —A los puros de mente, porque saben reconocer Su designio, y acogerlo con humildad. —A los puros de corazón, porque se han desprendido de los bienes, de las criaturas, del propio modo de ver, que impide recibir mi Luz, porque se la quiere filtrar y juzgar a través de vuestra humana y limitada inteligencia. —A los puros de alma, que huyen de la menor sombra de pecado, porque oscurece la luz de Dios en vosotros, y os hace incapaces de acoger su divino misterio. —A los puros de cuerpo, porque consagrándolo a Dios con el celibato y con el voto de castidad, se conforma más al de Jesús Crucificado, y se ilumina de la luz inmaculada que reviste mi cuerpo glorioso. Hijos predilectos, os quiero a todos puros de mente, de corazón, de alma y de cuerpo a imitación de vuestra Madre Celeste, toda hermosa. Entonces, sobre el mundo de hoy, invadido por el hielo y el odio, seréis la luz del sol, que desciende para calentar las almas y abrirlas a la vida de Dios. Entre las nubes amenazadoras, que han aparecido en el presente momento sobre la humanidad, vosotros abriréis un resquicio de cielo azul. Sobre la ciénaga maloliente y pútrida, a la que este mundo ha quedado reducido, vosotros seréis un espejo de pureza; en él, el mundo se mirará y lo ayudará a transformarse poco a poco en un nuevo jardín. Solamente así, hijos míos predilectos, podréis convertiros en los rayos de luz, que descienden de mi Corazón Inmaculado para iluminar el terrible tiempo de la purificación, que estáis viviendo, y para dar a todos el signo seguro de mi presencia y de mi victoria. Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.»