Mensaje del 8 de diciembre de 1984 en Dongo (Italia)
Fiesta de la Inmaculada Concepción
La Voluntad de Dios.
«Participáis hoy, hijos predilectos, en la alegría del Paraíso, que exulta contemplando a vuestra Madre Celeste, tan colmada de privilegios, de gracia, de plenitud de santidad por su Señor, del cual se siente la sierva más pequeña. La exención de toda mancha de pecado, incluso del original, hace que mi vida sea un purísimo reflejo de la vida de Dios. Así mi alma fue llena de gracia, y sus potencias se han orientado siempre a secundar, de manera perfecta, el designio divino. Mi mente ha estado abierta para buscar y amar la Voluntad de Dios, y mi corazón ha estado inclinado a cumplir, con gozo y con completo abandono, sólo el divino Querer. Este es el camino, que hoy os quiero indicar también a vosotros, para recorrerlo si queréis seguir a la Madre Celeste en su designio de pureza inmaculada y de santidad. La Voluntad de Dios: ¡ahí es donde se realiza, también para vosotros, vuestra santificación! Es la voluntad de Dios que, en la vida, caminéis por la senda de un conocimiento cada vez más perfecto de El. Sea la Palabra de Dios el alimento cotidiano con que nutráis vuestro espíritu. Buscad esta Palabra en el sagrado libro de k divina Escritura, saboread toda su belleza en el Evangelio de mi Hijo Jesús. A través de la Sabiduría que os doy, Yo os conduzco a comprender más profundamente el secreto de la divina Escritura, para que podáis penetrarla, gozarla, custodiarla y vivirla. La Palabra de Dios se ha hecho Carne y Vida en Jesucristo, que es la revelación del Padre, la imagen de su substancia, el reflejo de su gloria. La voluntad de Dios la realizáis sólo cuando seguís, con amor y con completa confianza, a mi hijo Jesús. Jesús debe ser mayormente amado, escuchado, y seguido por vosotros sus hermanos, sus ministros y mis hijos predilectos. Cuanto más penetréis en el profundo misterio de su divino Amor, como en un homo de fuego, tanto más os veréis purificados de los pecados, de la fragilidad, de las miserias y de todas vuestras impurezas. Si amáis y seguís a Jesús, también vosotros caminaréis por la senda de una pureza inmaculada y de una gran santidad. Cuando os sucede todavía el caer en pecado, su misericordia os libera y, en el Sacramento de la Reconciliación, os reintegra a la vida de la gracia y a la íntima unión con Él. Cuando el desaliento prenda en vosotros, la unión con Él, que se establece en la oración, y muy especialmente en la Eucaristía, os da fuerza, introduce en vosotros nuevas energías de bien. Cuando la aridez os amenaza, la comunión con Él os abre a nuevas y profundas experiencias de amor y de alegría. Entonces realizaréis también vosotros el divino querer, que es el de vivir para conocer, amar y servir al Padre, en una intimidad profunda de vida con el Hijo, cuyo misterio el Espíritu Santo os revela cada vez más en su plenitud. Así responderéis al designio que tengo sobre vosotros para el triunfo de mi Corazón Inmaculado, que se realiza sólo en el Reino de amor, de justicia y de paz de mi Hijo Jesús. Todo el mal, el pecado y la impureza será lavada por su divina Misericordia, de forma que el mundo renovado cantará aún la gloria del Señor.»