Mensaje del 31 de diciembre de 1984
Ultima noche del año
Los signos de vuestro tiempo.
«Hijos predilectos, pasad en dulce intimidad Conmigo, las últimas horas del año, que está por terminar. ¡Cuántos hijos míos pasan estos momentos en diversiones y algazara, y se emborrachan de vacío en medio de frivolidades y pasatiempos, con frecuencia licenciosos y contrarios a la Ley del Señor!… Yo, por el contrario, os invito a pasar estas horas en oración, en el recogimiento, en un silencio interior para que podáis entrar en un coloquio Conmigo, vuestra Madre Celeste. Entonces, con la misma confianza de una madre con sus hijos, os revelo las preocupaciones, las ansias, las profundas heridas de mi Corazón Inmaculado, y al mismo tiempo, os ayudo a comprender y a interpretar los signos de vuestro tiempo. Así podéis cooperar al designio de salvación, que el Señor tiene sobre vosotros, y que quiere realizar a través de los nuevos días que os esperan: —Vosotros vivís bajo una urgente súplica, hecha por vuestra Madre Celeste, que os invita a caminar por la senda de la conversión y del retomo a Dios. Hijos predilectos, participad en mi preocupada ansiedad de Madre, al ver que no es acogido ni seguido, este mi llamamiento. Y, sin embargo, veo que vuestra única posibilidad de salvación está ligada solamente al retomo de la humanidad al Señor, en un fuerte compromiso de seguir su Ley. Convertios y caminad por la senda de la gracia de Dios y del amor. Convertios y construid días de serenidad y de paz. Convertios y secundad el designio de la divina Misericordia. Con cuántos signos el Señor os manifiesta su querer de poner finalmente un justo freno a la propagación de la impiedad: males incurables que se propagan; violencia y odio que estallan; desgracias que se suceden; guerras y amenazas que se extienden. Sabed leer las señales que Dios os manda a través de los acontecimientos que os suceden, y acoged sus serios avisos a cambiar de vida y a volver al camino que os conduce a Él: —Vosotros vivís bajo una preocupada y constante súplica de la Madre Celeste a permanecer en la verdadera fe. Y, sin embargo, veo angustiada, cómo los errores continúan difundiéndose, se enseñan y se divulgan, y de esta manera se hace cada vez mayor entre mis hijos, el peligro de perder el don precioso de la fe en Jesús, y en las verdades que Él os ha revelado. Incluso entre mis hijos predilectos, ¡Qué grande es el número de los que dudan, que ya no creen! ¡Si vierais con mis propios ojos qué extendida está esta epidemia espiritual, que ha herido a toda la Iglesia! La inmoviliza en su acción apostólica, la hiere y la lleva a la parálisis en su vitalidad, volviendo con frecuencia vacío e ineficaz incluso su esfuerzo de evangelización. —Vosotros vivís bajo mi preocupación tan dolorosa al veros aún víctimas del pecado que se propaga; observando cómo por doquier, a través de los medios de comunicación social, se proponen a mis hijos experiencias de vida contrarias a cuanto os prescribe la ley santa de Dios. Cada día se os nutre de pan envenenado del mal, y se os da de beber en la fuente contaminada de la impureza. Se os propone el mal como un bien; el pecado como un valor; la transgresión de la Ley de Dios como un modo de ejercitar vuestra autonomía y vuestra personal libertad. De este modo se llega hasta perder la conciencia del pecado como un mal; y la injusticia, el odio y la impiedad cubren la tierra y la convierten en un inmenso erial privado de vida y amor. El obstinado rechazo de Dios y de retomar a Él; la pérdida de la verdadera fe; la iniquidad que se propaga y lleva a la difusión del mal y el pecado: ¡He aquí los signos del perverso tiempo en que vivís! Ved, no obstante, de cuántos modos intervengo para conduciros por el camino de la conversión, del bien y de la fe. Con signos extraordinarios que realizo en todas las partes del mundo, con mis mensajes, con mis apariciones tan frecuentes, indico a todos que se aproxima el gran día del Señor. Pero, qué dolor experimenta mi Corazón Inmaculado al ver que estas mis llamadas no son acogida, con frecuencia son abiertamente rechazadas y combatidas, aun por aquellos que tienen la misión de ser los primeros en acogerlas. Por esto hoy me revelo sólo a los pequeños, a los pobres, a los sencillos, a todos mis niños que me saben aún escuchar y seguir. Jamás como ahora me es tan necesaria una gran fuerza de súplica y reparación. Por esto me dirijo a vosotros, hijos predilectos, y os invito a pasar de rodillas, en continua oración Conmigo, las horas de esta última noche del año.»