Mensaje del 25 de marzo de 1984
Fiesta de la Anunciación de María Santísima
Pido a todos la consagración.
«Contemplad el momento inefable de la Anunciación cuando el Arcángel Gabriel, enviado por Dios, recibe mi “sí” para realizar el eterno designio de Redención, y el gran misterio de la Encarnación del Verbo en mi seno virginal, y comprenderéis entonces el porqué os pido consagraros a mi Corazón Inmaculado. Sí, Yo misma he manifestado mi voluntad en Fátima, cuando me aparecí en 1917. Se la he pedido repetidas veces a mi hija Sor Lucía, que se encuentra aún sobre la Tierra para cumplir esta misión que le he confiado. En estos años la he pedido insistentemente, a través del mensaje confiado a mi Movimiento Sacerdotal. Hoy pido de nuevo a todos la consagración a mi Corazón Inmaculado. La pido, ante todo al Papa Juan Pablo II, mi primer hijo predilecto, que con ocasión de esta fiesta, la realiza de manera solemne, después de haber escrito a los Obispos del mundo para que la hagan en unión con Él. Por desgracia la invitación no ha sido acogida por todos los Obispos. Especiales circunstancias no le han permitido todavía consagrarme expresamente a Rusia, como repetidamente he pedido. Como ya os he dicho, esta consagración me será hecha cuando ya estén en vías de realización sangrientos acontecimien tos. Bendigo ese valeroso acto de “mi” Papa, que ha querido consagrar el mundo y todas las naciones a mi Corazón Inmaculado; lo acojo con amor y gratitud y, por él, prometo intervenir para abreviar mucho las horas de purificación y para hacer menos dura la prueba. Pero pido también esta consagración a todos los Obispos, a todos los Sacerdotes, a todos los Religiosos y a todos los fieles. Esta es la hora en que toda la Iglesia se debe recoger en el seguro refugio de mi Corazón Inmaculado. ¿Por qué os pido la consagración? Cuando se consagra una cosa, se la sustrae a todo otro uso profano para destinarla sólo al uso sagrado. Así sucede con un objeto cuando se le destina al culto divino… Pero puede serlo también una persona cuando Dios la llama a rendirle un culto perfecto. Comprended, por tanto, cómo el verdadero acto de vuestra consagración fue el del Bautismo. Con este Sacramento, instituido por Jesucristo, se os comunicó la Gracia, que os injerta en un orden de vida superior al vuestro, esto es, en el orden sobrenatural. Participáis, así, de la naturaleza divina, entráis en una comunión de amor con Dios, y vuestras acciones tienen, por esto, un nuevo valor, que supera al de vuestra naturaleza porque tienen un verdadero valor divino. Después del Bautismo estáis ya ordenados a la perfecta glorificación de la Santísima Trinidad y consagrados a vivir en el amor del Padre, en la imitación del Hijo y en la plena comunión con el Espíritu Santo. El hecho que caracteriza el acto de la consagración, es su totalidad: cuando os consagráis, desde ese instante lo estáis enteramente y para siempre. Cuando os pido la consagración a mi Corazón Inmaculado, es para haceros comprender que debéis entregaros completamente a Mí, de manera total y perenne, para que pueda disponer de vosotros según el Querer de Dios. Debéis entregaros de modo completo, dándomelo todo. No debéis entregarme algo y retener todavía alguna cosa para vosotros; debéis ser verdadera y solamente del todo míos. Y luego os debéis entregar a Mí, no un día sí y otro no, o por un período de tiempo, hasta que vosotros queráis, sino para siempre. Es para subrayar este importante aspecto de completa y duradera pertenencia a Mí, vuestra Madre Celeste, el por qué Yo os pido la consagración a mi Corazón Inmaculado. ¿Cómo debéis vivir vuestra consagración? Si meditáis el inefable misterio, que hoy recuerda la Iglesia, comprenderéis cómo debe vivirse la consagración que os he pedido. El Verbo del Padre, por amor, se me ha confiado completamente. Después de mi “sí”, descendió del Cielo a mi seno virginal. Se me ha confiado en su divinidad. El Verbo eterno, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, después de la Encarnación, se ha escondido y recogido en la pequeña morada, milagrosamente preparada por el Espíritu Santo, de mi seno virginal. Se me ha confiado en su humanidad, de manera tan profunda, como cualquier otro hijo se confía a su madre de la que todo lo espera: sangre, carne, respiración, alimento y amor para crecer cada día en su seno y luego —después del nacimiento— cada año crecer siempre junto a su madre. Por esto, así como soy Madre de la Encamación, así también soy Madre de la Redención, que tuvo aquí su admirable comienzo. Vedme aquí, por ello, íntimamente asociada a mi Hijo Jesús; colaboro con Él en su Obra de salvación, durante su infancia, adolescencia y sus treinta años de vida oculta en Nazaret y su ministerio público; durante su dolorosa pasión hasta su Cruz, donde ofrezco y sufro Con Él, y recojo sus últimas palabras de amor y de dolor, con las cuales me da como verdadera Madre a toda la humanidad. Hijos predilectos, llamados a imitar en todo a Jesús porque sois sus Ministros, imitadlo también en esta su total entrega a la Madre Celeste. Por esto os pido que os entreguéis a Mí con vuestra consagración. Podré ser así para vosotros madre atenta e interesada en haceros crecer en el designio de Dios, para realizar en vuestra vida el gran don del Sacerdocio, al que habéis sido llamados; os llevaré cada día a una cada vez mejor imitación de Jesús, que debe ser vuestro único modelo, y vuestro mayor y único amor. Seréis sus verdaderos instrumentos, fieles colaboradores de su Redención. Hoy esto es necesario para la salvación de toda la humanidad, tan enferma y alejada de Dios y de la Iglesia. El Señor la puede salvar con una extraordinaria intervención de su Amor Misericordioso, y vosotros, Sacerdotes de Cristo y mis hijos predilectos, estáis llamados a ser los instrumentos del triunfo del Amor Misericordioso de Jesús. Hoy esto se hace indispensable para mi Iglesia, que debe ser curada de las llagas de la infidelidad y de la apostasía para retornar a una renovada santidad y a su esplendor. Vuestra Madre Celeste quiere curarla a través de vosotros, mis Sacerdotes. Pronto lo Haré, si me dejáis obrar en vosotros, si os confiáis, con docilidad y sencillez, a mi misericordiosa acción materna. Por esto, una vez más hoy, con dolorosa súplica, os pido a todos que os consagréis a mi Corazón Inmaculado.»