Mensaje del 24 de enero de 1984 en Zompitta (Udine)
Fiesta de San Francisco de Sales
Mis Signos.
«Hijos predilectos, acojo este Rosario, que juntos recitáis con tanto amor y fervor. Como Madre os digo que estoy a vuestro lado, representada por la estatua que tenéis aquí. Cada una de mis estatuas es signo de mi presencia, y os recuerda a vuestra Madre Celeste; por esto debe ser honrada y colocada en los lugares de mayor veneración. Como miráis con amor la fotografía de una persona querida, porque os transmite su recuerdo y figura, así debéis mirar con amor toda magen de vuestra Madre Celeste, porque os transmite su recuerdo: más aún, se hace signo de una particular presencia entre vosotros. ¡Cómo me entristece el hecho, hoy tan frecuente, de ser sacada fuera de las Iglesias! Aveces se me pone afuera en un corredor exterior, como una baratija cualquiera; a veces se me coloca al fondo de la Iglesia, de modo que ninguno de mis hijos me puede ver ni venerar. Signo de cuánto agradezco la justa veneración, dada a mis imágenes, lo tenéis eil lo que obro a través de esta pequeña estatua. Es un triple signo el que os doy: el de mis ojos, que se reavivan de improviso; el de mi rostro, que cambia de color, y el de mi Corazón, que emana perfume, ora leve, ora más fuerte. Con el signo que os doy de mis ojos, os quiero dar a entender que vuestra Madre Celeste, nunca como en los tiempos presentes, os mira con sus ojos misericordiosos. Ella no está alejada de vosotros: conoce todas las dificultades en que os encontráis; los momentos difíciles que vivís, con todos los sufrimientos que os aguardan, con las grandes cruces que debéis llevar. Y con estos ojos miro a todos: a los alejados, a los ateos, a los drogadictos, a mis pobres hijos pecadores, para conocerlos tal cual son, para ayudarlos, para guiarlos por el camino del bien, del retomo a Dios, de la conversión, de la oración, del ayuno y de la penitencia. De modo particular os miro a vosotros, mis predilectos, objeto de mi materna complacencia; sobre todo os miro a vosotros, predilectos de mi Movimiento Sacerdotal, que sois objeto de mi complacencia. Os miro y os ilumino con mi misma belleza. En vosotros reflejo mi candor de Cielo. Debéis ser lirios por vuestra pureza, rosas por vuestro perfume, ciclámenes por vuestra pequeñez, componed así esta hermosa corona de amor, que haga florecer la corona de espinas de mi dolor. Con el signo que os doy con el color de mi rostro, os quiero indicar que soy la Madre de todos, y que participo también hoy en todas vuestras necesidades, y me alegro con vuestras alegrías; pero sufro con vuestros numerosos sufrimientos. Cuando una madre está contenta y salta de gozo, veis cómo su rostro se arrebola; cuando está preocupada por la suerte de sus hijos, veis cómo su rostro palidece. Si esto le pasa a una madre de la tierra, también me pasa a Mí, y es el signo que os doy, tan humano y materno, para deciros que como Madre participo verdaderamente en todos los momentos de vuestra existencia. Cuando sufrís, Yo sufro; cuando os alegráis, Yo me alegro; cuando sois buenos, Yo salto de gozo; cuando me amáis, me enciendo toda por la alegría que me dais. Con el signo que os doy del perfume que emano más o menos fuerte, os quiero indicar que Yo estoy siempre entre vosotros, pero especialmente cuando tenéis más necesidad de ello. Si no percibís el perfume, o lo advertís de manera muy leve, no es porque Yo no os ame o seáis malos. Una madre ama con predilección misericordiosa también a los que tienen mayor necesidad de ella. Comprended, entonces, por qué mi materna compasión se dirige hacia los pecadores: a todos, pero especialmente a los más alejados, a los más necesitados de la divina Misericordia. Cuando me aparecí en Fátima, os enseñé a orar a mi hijo Jesús así: “Lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.” Yo amo a todos, comenzando por los más alejados, por estos pobres hijos míos pecadores, de los que soy el refugio materno y seguro. Mirad mis ojos misericordiosos, que derraman lágrimas de dolor y de compasión. En tantas partes Yo doy este signo, haciendo que mis ojos viertan copiosas lágrimas, hasta de sangre. Para daros un signo de mi presencia, otorgar a vuestra vida un seguro sostén, y para invitaros a la alegría y a la confianza, en medio de las tribulaciones que vivís, en muchas partes del mundo Yo aún doy mis matemos mensajes, que os dan la certeza de que os sigo y estoy con vosotros; vivo con vosotros, os preparo todo y os llevo de la mano por el difícil camino de este tiempo de purificación. Signo perfumado de mi materna presencia son las apariciones que realizo aún en muchas regiones de la Tierra. Sí, en estos tiempos me aparezco en Europa, en Asia, en África, en América y en la lejana Oceanía. Todo el mundo está envuelto en mi manto materno. En la lucha, que desde ahora ya se hace conclusiva entre Yo y mi Adversario, mi presencia extraordinaria os asegura que mi victoria ha comenzado ya. ¡Cuánto os amo, hijos míos predilectos! A vosotros, a quienes tanto os he dado, os pido que me améis más(…).»