Mensaje del 24 de diciembre de 1984
Noche Santa
Todo ha sido ya revelado.
«Hijos predilectos, recogeos Conmigo en oración, en estas horas que preceden al nacimiento de mi niño Jesús. Vivid en mi Corazón Inmaculado los momentos de la Noche Santa. Seguidme por la senda de una oración incesante, que se haga coloquio de amor, de confianza y de filial abandono al plan de salvación del Señor nuestro Dios. Este abandono me llevaba sobre la onda de una gozosa experiencia de la presencia de mi Hijo, a quien sentía ya de una manera muy viva, porque había llegado el momento de su nacimiento en el tiempo. Mi caminar hacia Belén se convertía sólo en un inclinarme, dulce y materno, a su divino deseo de llegar a vivir entre vosotros como hermano. Y hablaba con El en un coloquio hecho de silencios y escuchas, de contemplación y de amor, de adoración y de espera. De este modo mi incesante oración iba llenando el largo camino hasta llegar a la hospitalaria gruta, y allí se hacía aún más intensa, más recogida, hasta entreabrir el velo que me separaba de entrar en un profundo éxtasis con el Cielo, del que salí con mi divino Niño ya nacido. Seguidme por la senda de un sufrimiento comprendido, acogido y vivido por Mí, como humilde respuesta a cuanto, en aquellos momentos, me pedía el Señor. Un sufrimiento interior, que el desarrollo de las circunstancias me proporcionaba, las cuales se presentaban como una petición de mi materna colaboración a su designio de Amor. El tener que abandonar la casa de Nazaret, preparada con tanto cariño; el fatigoso caminar hasta Belén, en mi estado de ya inmediata maternidad; la inseguridad de lo que nos aguardaba: el rechazo de hospedamos en una casa; el mísero refugio de una gélida Gruta: eran otras tantas espinas que atravesaban mi Corazón de Madre. Pero comprendía que el Padre me pedía estos sufrimientos para preparar una cuna más preciosa a mi Niño que estaba para nacer. Ahora os pido también a vosotros, hijos predilectos, oración y sufrimiento como personal colaboración para preparar una digna morada a Jesús que está a punto de retomar gloriosamente. Comprended el significado de mis maternas intervenciones, vueltas hoy más frecuentes, extraordinarias y urgentes. En esta Noche Santa se os muestra más claro mi mensaje que os doy como Celeste Profetisa de los últimos tiempos. Preparaos al segundo Nacimiento de Jesús en gloria: El, ya está a punto de llegar para reinar entre vosotros. Los caminos por los que llegará son los de la oración y del sufrimiento. Estos son ya los tiempos en que todos os debéis recoger en una oración continua y confiada, como lo era la mía durante el largo camino hasta Belén. El tiempo de los proyectos y las discusiones ha terminado. A quien quiere escuchar y entender, todo ha sido ya revelado. Los corazones de los hombres se han desecado por el odio y el pecado; las naciones y los pueblos se rebelan contra Dios y su Mesías, y grandes tinieblas los envuelven; la humanidad no quiere abrir las puertas a Cristo que viene. Se abran, entonces, las pobres grutas de vuestros corazones que, en la noche profunda, deben arder con la luz de una fe inquebrantable, de una esperanza segura y de una ardiente caridad. Y sufrid con paciencia y confianza. Como para Mí, también para vosotros, los sufrimientos que el Señor os pide, forman parte de su amoroso designio. Los dolores deben aumentar para todos, cuanto más se acerca su nuevo nacimiento. Acogedlos, como ha hecho vuestra Madre Celeste. Caminad a la luz de la Estrella, que os indica que ha llegado ya el tiempo en que se verifican los anuncios proféticos que, durante estos años, se os han dado. Y vivid cada hora de vuestra vida en la mayor confianza y en la gozosa espera del glorioso retomo de mi Hijo Jesús.»