Mensaje del 13 de septiembre de 1984 en Estrasburgo (Francia)
Ejercicios Espirituales, en forma de Cenáculo,
con los Sacerdotes del M.S.M. de lengua francesa
En Cenáculo Conmigo.
«Hijos predilectos, qué contenta estoy de vuestro homenaje de oración y de fraternidad, que en estos días de Cenáculo continuo, vosotros ofrecéis a mi Corazón Inmaculado. Éstos son los tiempos en los que quiero que los Sacerdotes, mis predilectos, y todos los hijos consagrados a Mí, se reúnan en Cenáculos de oración y de vida Conmigo. En Cenáculo Conmigo, os formo en la oración, que ahora es necesario practicar cada vez más como el arma con la que debéis combatir y ganar la batalla contra Satanás y todos los Espíritus del mal que, en estos tiempos, se han desencadenado con gran violencia. Es sobre todo una batalla que se desarrolla a nivel de espíritus, y por esto vosotros debéis combatir con el arma espiritual de la oración. Qué fuerza dais a mi materna obra de intercesión y reparación cuando, juntos, oráis con la Liturgia de las Horas, con el santo Rosario y, sobre todo, cuando ofrecéis el Santo Sacrificio de la nueva y eterna Alianza, por medio de vuestra cotidiana celebración Eucarística. En Cenáculo Conmigo, os aliento a proseguir en el difícil camino de vuestro tiempo, para responder, con alegría y con inmensa esperanza, al don de vuestra vocación. En estos tiempos, son muchos mis hijos Sacerdotes, que se encuentran cada vez más solos, rodeados de tanta indiferencia y falta de correspondencia, sobrecargados de trabajo, y por esto, con frecuencia, son vencidos por el cansancio y el desaliento. i Animo, hijos míos predilectos! Jesús está siempre a vuestro lado y da fuerza y vigor a vuestro cansancio, eficacia a vuestro trabajo y fecunda de gracias cuanto hacéis en el ejercicio de vuestro ministerio sacerdotal. Los frutos, copiosos y maravillosos, los veréis sólo en el Paraíso, y constituirán una parte importante de la recompensa que os espera. En Cenáculo Conmigo, os enseño a mirar los males de vuestro tiempo con mis ojos matemos y misericordiosos, y os formo porque deseo que vosotros mismos os convirtáis en medicina de estos males. Sobre todo en vuestros Países veis cómo la Iglesia es violada por mi Adversario, que trata de obscurecerla con el error, acogido y enseñado, de herirla con el permisivismo moral, que conduce a muchos a justificarlo todo y a vivir en el pecado, de paralizarla con el espíritu del mundo, que ha entrado en su interior y ha agostado muchas vidas sacerdotales y consagradas. Tres son especialmente las heridas que en vuestros Países hacen sufrir a mi Corazón Inmaculado: — La Catcquesis, que a menudo no se conforma ya con la verdad que Jesús os ha enseñado y con lo que el Magisterio auténtico de la Iglesia todavía hoy propone a todos para creer. — El Secularismo, que ha penetrado en la vida de muchos bautizados, sobre todo de tantos Sacerdotes que en el alma, en su modo de vivir y obrar, y también en su modo de vestir, no se comportan, como discípulos de Cristo, sino según el espíritu del mundo en que viven. ¡Si vieseis con mis ojos, que grande es esta desolación, que ha afectado tanto a la Iglesia! — El Vacío, el abandono y el descuido del que está rodeado Jesús presente en la Eucaristía. Se cometen demasiados sacrilegios por los que no creen ya en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, y por los que se acercan a comulgar en estado de pecado mortal, sin confesarse ya jamás. Sed vosotros, hijos predilectos, medicina contra estos males, con la mayor adhesión al Magisterio de la Iglesia y por esto, sea cada día mayor vuestra unidad de pensamiento y de vida con el Papa. Dad a todos ejemplo de una vida santa, austera, recogida, mortificada. Llevad en vuestro cuerpo los signos de la Pasión de Jesús, y también externamente el signo de vuestra consagración a El, vistiendo siempre vuestro hábito eclesiástico. Oponeos en todo al secularismo que os circunda, y no temáis si, como Jesús, también por esto os convertís en signo de contradicción. Sed llamas ardientes de adoración y de reparación de Jesús presente en la Eucaristía. Celebrad con amor y con íntima participación de vida, la Santa Misa. Confesaos con frecuencia y aconsejad y ayudad a los fieles a practicar la confesión frecuente. Celebrad frecuentes Horas Santas de Adoración Eucarística y llevad a todas las almas al Corazón de Jesús, que es la fuente de la Gracia y de la divina Misericordia. Entonces, en Cenáculo Conmigo, vosotros preparáis el segundo Pentecostés, que ya está a punto de llegar, para que, por la irresistible fuerza del Espíritu de Amor, pueda ser de nuevo sanada la Iglesia y renovado el mundo entero.»