Mensaje del 1 de enero de 1984
Fiesta de Santa María, Madre de Dios
Tened ánimo.
«Comenzad este nuevo año a la luz de mi divina maternidad. Hijos predilectos, esta fiesta debe ser para todos vosotros un signo de confianza y de esperanza. T ened ánimo: Yo soy la Madre de la Gracia y de la Misericordia. Si el nuevo año se abre en medio de nubes que se condensan amenazadoras en el horizonte, si la humanidad es incapaz de encontrar el camino de su retomo a Dios, si en el mundo aumentan las fuerzas disgregadoras del mal y de la muerte, si la inseguridad y el miedo marcan el transcurso de vuestros días, volved vuestra mirada a Mí como Madre de la divina Misericordia. Hoy me inclino sobre esta generación, tan enferma y amenazada, con el amor que una madre tiene hacia los hijos más necesitados y expuestos al peligro. Con mis manos inmaculadas recojo todos los sufrimientos y las inmensas miserias de la humanidad, y las presento al Corazón de mi Hijo Jesús, para que Él haga descender sobre el mundo el río de su amor misericordioso. Tened ánimo, porque Jesús os ama con su ternura divina, y vuestra Madre Celeste está siempre entre vosotros para compartir dificultades y peligros. Tened ánimo: soy la Madre del Salvador y de vuestro Redentor. Jesús os ha redimido para siempre sobre la Cruz, sufriendo y muriendo por vosotros. Su Sacrificio tiene un valor infinito, que transciende al tiempo. Su sangre, sus heridas, su dolorosa agonía, su atroz muerte en la Cruz tienen un valor de salvación también para la presente generación, que sin Él andaría perdida. Este Sacrificio Suyo se renueva místicamente en cada Santa Misa que se celebra. Al general y renovado rechazo de Dios, responde aún, con infinita capacidad de reparación, su renovada y dolorida súplica: “Padre, perdónales, porque no saben lo que dicen ni lo que hacen”. Al desbordamiento del mal y del pecado, se ofrece hoy de nuevo a la divina Justicia la sangre inocente del verdadero Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. A la amenaza de guerra y destrucción, responde la certeza de la real presencia entre vosotros de Jesús en la Eucaristía, que es la Vida, y para siempre ha vencido al pecado y a la muerte. Al comienzo de este nuevo año, mirad a Jesús vuestro Redentor y a vuestra Madre Celeste, que os consuela y os conduce a penetrar en el admirable designio de vuestra salvación. Tened ánimo: Yo soy la Madre y la Reina de la paz. A través de Mí, vendrá a vosotros la paz. Escuchad mi voz y dejaos conducir por Mí con docilidad. En vísperas de las grandes pruebas que os aguardan, en la amenaza, temida ya por todos, de una nueva y espantosa guerra, sabed que mi presencia entre vosotros, confirmada hoy de tantos modos y con tantos prodigios, es un signo que os anuncia cómo, al final de la gran prueba, sólo mi Corazón Inmaculado triunfará. Será en todo el mundo la victoria del amor y de la paz.»