Mensaje del 8 de septiembre de 1983 en Montreal (Canadá)
Fiesta de la Natividad de María
Mis hijos más pequeños.
«Estoy recogiendo, de todas partes del mundo, a mis hijos más pequeños, para incorporarlos a mi ejército, y para depositarlos en lo profundo de mi Corazón Inmaculado. Hijos predilectos, escuchad su voz, que invoca vuestro auxilio, corred a su encuentro, tomadlos en vuestros brazos y llevadlos a todos a vuestra Madre Celeste. Pequeños son para Mí, todos los niños ya concebidos y que son matados voluntariamente en el seno de sus madres. El amor y el ansia de vuestra Madre Celeste y de la Iglesia por su salvación, unidos a la sangre inocente derramada por los que desprecian y desobedecen la ley de Dios, es ya bautismo de deseo y de sangre que los salva a todos. Pequeños e indefensos son para Mí los niños que viven y crecen, pero a quienes se les enseña el error, y les proponen como valores verdaderas transgresiones de la ley de Dios. Pequeños son para Mí los jóvenes, que se abren a la vida, en un mundo que se ha convertido en un desierto para ellos, porque está falto de amor, y a quienes se les encamina a todas las más dolorosas experiencias del mal. Pequeños son para Mí los pobres, quienes carecen de medios de vida, que no tienen casa ni trabajo y con frecuencia se sienten explotados. Pequeños son para Mí todos mis hijos perseguidos, marginados, oprimidos. Son los que sufren, los que lloran, los que están solos, que no tienen ayuda ni consuelo. Pequeños son para Mí todos mis hijos víctimas del pecado y del odio, que van por la vida sin fe y sin esperanza. ¿Quién puede ayudar a salvarse a estos mis pobres hijos pecadores? Hoy, en tomo a mi cuna, hijos predilectos, traedme una corona de todos estos mis pequeños hijos, para que pueda acogerlos como un ramo de flores, que me queréis ofrecer en la gozosa fiesta de la Natividad de vuestra Madre Celeste.»