Mensaje del 31 de diciembre de 1983
Última noche del año
Retornad a vuestro Redentor.
«Pasad las últimas horas del año en el silencio, en el recogimiento y en la oración. Hijos predilectos, soy vuestra Madre Celeste, que ahora está preparando un gran designio de amor, para adelantar el triunfo de mi Corazón Inmaculado, porque nunca, como en estos momentos, el mundo tiene necesidad de mi presencia materna. El mundo va por el camino del odio y de un obstinado rechazo de Dios, de la violencia y de la inmoralidad. No obstante todas las invitaciones que la Divina Misericordia continúa enviando, la humanidad persiste en permanecer sorda a todo llamamiento. Los signos que el Señor envía, no son comprendidos, ni acogidos. Los peligros indicados por “mi” Papa que, con valentía y con preocupación, anuncia el huracán que os espera, no son creídos. Los mensajes que doy, a través de almas sencillas y pequeñas, que Yo escojo en todas las partes del mundo, no se toman en ninguna consideración. Las apariciones que aún realizo, con frecuencia en lugares lejanos y peligrosos, son ignoradas. Y, sin embargo, estáis tan sólo a un palmo de vuestra ruina. Cuando todos griten paz, de improviso podría desatarse una nueva guerra mundial, que sembraría por doquier muerte y destrucción. Cuando digan: “tranquilidad y seguridad” entonces podría comenzar la mayor subversión de personas y pueblos. ¡Cuánta sangre veo correr en todos los caminos del mundo!… ¡A cuántos pobres hijos míos veo llorar a causa del castigo del fuego, del hambre y de una terrible destrucción! El Señor está a las puertas de esta generación y, durante el Año Santo de la Redención, llama todavía con insistencia y con amor al corazón de todos. Volved a vuestro Dios, que os quiere salvar y os conduce a la paz. Volved a vuestro Redentor. Abrid vuestros corazones a Cristo que viene. Los momentos que vivís son de emergencia. Por esto os invito a pasar las últimas horas del año de rodillas en incesante y confiada oración. Unid vuestras voces a la potente súplica de vuestra Madre Celeste, que implora para todos el gran milagro de la divina Misericordia.»