Mensaje del 29 de junio de 1983 en Valdragone de S. Marino
Fiesta de S. Pedro y S. Pablo Ejercicios Espirituales. Cenáculo con
los Responsables del M.S.M. de Europa
Por qué os he querido aquí.
«Os he llamado una vez más este año y habéis venido de toda Europa para pasar estos días en un Cenáculo continuo Conmigo. Cuánto consoláis a mi Corazón en estos tiempos tan atribulados y cuánto glorificáis a vuestra Madre Celestial. Yo reflejo mi luz en vuestros corazones y derramo la plenitud de la gracia en vuestras almas. Estoy siempre junto a vosotros; me asocio a vuestra oración, hago crecer vuestro amor, hago más fuertes los lazos que os unen, gozo en veros tan pequeños y dóciles, tan dispuestos a comprenderos, a ayudaros, a caminar juntos por el camino difícil de la Consagración que me habéis hecho. ¿Por qué os he querido aquí este año? Para haceros comprender que ya desde ahora debéis caminar juntos, unidos en el amor, hasta llegar a ser verdaderamente una sola cosa. En estos días, en el Cenáculo de mi Corazón Inmaculado, quiero hacer de todos un solo corazón y una sola alma. La táctica de mi Adversario es la del odio y la división; a dondequiera que va, con su acción solapada y maligna, consigue llevar la ruptura, la incomprensión, el antagonismo. También trabaja cada vez más en la Iglesia para herirla en su unidad interior. Entonces os reúno de todas partes para ayudar a amaros, a uniros, a crecer en la perfección del amor. Os he llamado otra vez aquí arriba para haceros comprender que ya vuestra pública misión está a punto de cumplirse con vuestra personal y preciosa inmolación. Este es el Año Santo de la Redención, llevada a cabo por mi Hijo Jesús en la Cruz. También mi Corazón Inmaculado se convierte ya para vosotros, de cuna en altar encima del cual debo extender a cada uno de vosotros sobre la cruz que el Padre os ha preparado para la salvación del mundo. Por ello, hijos míos predilectos, disponeos a vivir con confianza y abandono las horas sangrientas que ya desde ahora os esperan, mientras os hago cada día más conformes a Jesús crucificado. Los errores que se difunden en la Iglesia y oscurecen la fe, son hoy vuestra corona de espinas; los pecados que se cometen, y ya no se reparan, son vuestros dolorosos flagelos; la impureza, que se propaga, reduce vuestro cuerpo sacerdotal a una llaga; el odio del mundo, la incomprensión y hasta la marginación de la que estáis rodeados son los clavos que os traspasan; se os llama a subir Conmigo al Calvario sobre el que vais a ser inmolados para la salvación del mundo. Os he llamado aquí, una vez más, para obteneros el Espíritu Santo, que por el Padre y el Hijo os es dado con sobreabundancia por vuestra incesante oración, unida a mi materna intercesión. Él os transformará en llamas ardientes de celo por la gloria de Dios, y testigos valientes de Jesús en estos tiempos, que se han hecho tan perversos. Desde ahora, la lucha entre vuestra Madre Celeste y su Adversario ha entrado ya en su fase decisiva. “La Mujer vestida del Sol” combate abiertamente con su ejército contra el ejército a las órdenes del Dragón rojo, a cuyo servicio se ha puesto la Bestia negra, venida del mar. El Dragón Rojo es el ateísmo marxista, que ha conquistado ya el mundo entero y ha llevado a la humanidad a construir una nueva civilización sin Dios. Por esto, el mundo se ha convertido en un desierto árido y frío, sumergido en el hielo del odio y en las tinieblas del pecado y de la impureza. La Bestia negra es la Masonería, que se ha infiltrado en la Iglesia y la ataca, la hiere y trata de demolerla con su táctica solapada. Su espíritu se difunde por todas partes como una peligrosa nube tóxica, y conduce a la parálisis de la fe, apaga el ardor apostólico y aleja cada vez más de Jesús y de su Evangelio. Ha llegado, pues, el tiempo de combatir con valentía, apóstoles de estos últimos tiempos, a las órdenes de Vuestra Capitana Celeste: —A la división quiero responder por medio de vosotros, reforzando la comunión y el amor que os une hasta haceros una sola cosa. —A la propagación del pecado y del mal, respondo con vuestra inmolación sacerdotal, y por esto os ayudo a subir al Calvario y os extiendo en la Cruz en la que cada uno debe ser inmolado. —Al ataque del Dragón rojo y de la Bestia Negra, respondo llamándoos a todos a combatir, para que Dios sea cada vez más glorificado y la Iglesia sea sanada, en sus hijos, de las dolorosas llagas de la infidelidad y de la apostasía. Orad, amad, haced penitencia. Caminad por la senda de la humildad, de la pequeñez, del desprecio del mundo y de vosotros mismos, siguiendo a Jesús que tanto os ama y os conduce. Pronto la victoria resplandecerá por doquier. Por medio del triunfo de mi Corazón Inmaculado vendrá a vosotros el Reino glorioso de Jesús, que en su Espíritu de Amor conducirá a toda la creación a la mayor glorificación del Padre. Finalmente se renovará la faz de la tierra. Por esto, antes de descender de este monte, os contemplo uno a uno con maternal ternura y lleno vuestro corazón de gracias, que más adelante comprenderéis, y os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.»