Mensaje del 24 de diciembre de 1983
Noche Santa
Su Nueva Navidad
«Hijos predilectos, vivid las horas bellas y preciosas de esta Noche Santa en el jardín de mi Corazón Inmaculado. Pasadla en la oración, en el silencio, en dulce compañía Conmigo y con mi esposo José. Participad en los momentos de éxtasis y de inefable alegría vividos por vuestra Madre Celeste cuando se disponía a donaros su divino Niño. La oración me envolvía como un manto; el silencio se apoderaba cada vez más de mi vida, porque había llegado el momento tan esperado de su nacimiento en el tiempo. De suerte que no recordaba la fatiga del largo camino realizado; no me desalentaba el rechazo que encontraba al llamar a cada puerta; me atraía la apartada quietud de una gruta; no me pesaba la incomodidad por la penuria y la falta de todo. Luego, de improviso, el Paraíso se inclinó sobre mi nada, y entré en un éxtasis de amor y de vida con el Padre Celeste. Cuando tuve conciencia de estar aún sobre la Tierra, tenía ya entre mis brazos a mi Dios, milagrosamente hecho mi Hijo. Revivid el diligente silencio de mi castísimo esposo José; su fatiga para conducimos en nuestro largo camino; su insistencia en encontramos una casa; su renovada paciencia ante el rechazo de cada puerta que se abría; su confianza al conducimos hacia un lugar resguardado y seguro; su amoroso trabajo para hacer más hospitalaria la mísera gruta; su orante expectación de todo lo que se habría de cumplir; y finalmente su enorme dicha al inclinarse para besar y adorar a su Dios, nacido de Mí en la Noche Santa. Descienda sobre vosotros la Luz, que se apareció a los pastores en lo profundo de la noche, y los cantos de los Angeles y el gozo por la alegre noticia escuchada: “Os anuncio una noticia que es de mucha alegría para todos: hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.” En la noche, que tenebrosa ha caído hoy sobre el mundo; en el sufrimiento, incluso sangriento, que la Iglesia está llamada a vivir en esta hora, mientras para Jesús, que retoma en gloria, se cierran aún las puertas de los hombres y de los pueblos, imitad a vuestra Madre Celeste, a su amadísimo esposo José, a los Pastores que corren presurosos a la invitación que el Cielo les hace. Orad y haced silencio para escuchar la voz de Dios y comprender los grandes signos que hoy os manda para secundar, con vuestra personal colaboración, su misericordioso designio. Como José, también vosotros poneos manos a la obra presurosos para preparar a todos a su cercano retomo. Encended en los corazones las luces, al presente apagadas; abrid las almas a la gracia y al amor; abrid de par en par todas las puertas a Cristo que viene. Y como hicieron los Pastores, sencillos y pequeños, así también vosotros no os cerréis a la escucha de las voces, que todavía hoy, más que nunca, os vienen dadas del Cielo. Entre ellas, sabed reconocer y seguir la de vuestra Madre Celeste, que de tantos modos y con tantos signos, os repite su profètico anuncio: “Preparaos al retomo de Jesús en gloria”. Está cercana su segunda Navidad. Vivid Conmigo las horas conclusivas de este segundo adviento: en la confianza, en la oración, en el sufrimiento aceptado e iluminado, en la expectación de que llegue pronto el gran día del Señor. El desierto del mundo se abrirá para recibir el celeste rocío de su glorioso Reino de amor y de Paz.»