Mensaje del 2 de febrero de 1983
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Os pido una Infancia Espiritual.
«Si contempláis con amor el misterio que recuerda hoy la Iglesia, hijos predilectos, aprended cómo debe vivirse la consagración que me habéis hecho. El Niño Jesús a quien, a los cuarenta días, presento, juntamente con José mi castísimo Esposo, al Templo del Señor, es el verdadero Dios, nuestro Salvador, el Mesías por tanto tiempo esperado. Como Madre, le he engendrado a esta vida terrenal, pero es El el autor de la vida, porque es el Creador. Yo, con mi “sí”, le he permitido entrar en el tiempo, pero Él está fuera del tiempo porque es eterno. Le estrecho en mis brazos y le sostengo, pero Él es el sostén de todo porque es Omnipotente. Le llevo al Templo de Jerusalén para cumplir la divina Escritura, pero Él es la fuente de la revelación porque es la eterna Palabra. El Verbo del Padre, Dios creador, Omnipotente y Omnisciente, ha querido revestirse de debilidad y se ha impuesto los límites del tiempo, ha asumido la fragilidad de la naturaleza humana y ha nacido de Mí. Como cualquier niño ha experimentado todas las necesidades. Cuántas veces, mientras le besaba con ternura de madre le decía: “Y sin embargo ¡Tú eres el beso eterno de Padre!” Y mientras le acariciaba, pensaba: “Tú eres la divina caricia, que hace felices a las almas”. Mientras le ponía su ropita susurraba: “Tú eres quien viste de flores la Tierra y de astros el inmenso universo”. Y mientras le alimentaba, le cantaba: “Eres Tú quien provee de alimento a todo viviente”. Cuando le decía con amor materno: “¡Hijo mío!”, adorándole con el alma, le invocaba: “Tú eres el Hijo del Padre, su eterno Unigénito, su Palabra viviente…” ¡Oh! penetrad hoy el misterio inefable de la infancia de mi Hijo Jesús, que llevo entre mis brazos al Templo del Señor, si queréis caminar por la senda de la infancia espiritual que os he trazado. Por esta senda deben caminar todos, incluso el que es mayor de edad y ocupa puestos importantes; incluso el que es docto porque se ha formado a través de años de estudio y de experiencia; incluso el que es rico culturalmente y está llamado a ejercer cargos de gran responsabilidad. Simultáneamente a vuestro crecimiento humano, que se desarrolla con el paso de los años, os pido una infancia espiritual, una interior pequeñez, que os lleve a revestiros de la humildad y de la misma fragilidad de mi Niño Jesús. Quiero en vosotros un corazón cándido de niños, que no conozca egoísmo ni pecado, abierto al amor y a la entrega, que todo lo espera del Padre celeste para darlo todo. Quiero en vosotros una mente virgen de niños, cerrada también a las asechanzas del engaño y de la doblez, y que se abra como una flor para recibir los rayos de la ciencia, de la verdad y de la sabiduría. Quiero en vosotros una voluntad dócil de pequeños como frágil arcilla pronta a dejarse moldear con abandono y confianza; una voluntad que debe plasmarse en el bien y la verdad y que se robustece cuando tiende a todo lo bueno y lo bello. ¡Oh! este camino de la infancia espiritual debe ser necesariamente recorrido por vosotros, hijos predilectos, si queréis vivir de manera perfecta vuestra consagración a mi Corazón Inmaculado. Solamente así os puedo llevar, como a mi Niño Jesús, a ofreceros en el Templo del Señor para realizar su designio de amor y misericordia que tiene sobre vosotros para la salvación de todos mis hijos esparcidos por todo el mundo.»