Mensaje del 15 de septiembre 1983 en St. Francis (Maine – U.S.A.)
Nuestra Señora de los Dolores
Estoy bajo la Cruz,
«Mirad, hijos predilectos, a vuestra Madre Dolorosa al pie de la Cruz sobre la que Jesús está suspendido, agoniza y muere. Desde aquel momento éste es mi puesto: estar junto a la cruz de cada hijo mío. Estoy junto a la Cruz de mi primer hijo predilecto, el Papa Juan Pablo II, que ama, ora y sufre por la agonía que vive la Iglesia y por la suerte que espera a la pobre humanidad. ¿No os dais cuenta de que el azote de la guerra ha llegado ya, y cuántas víctimas inocentes serán llamadas a soportar sufrimientos indecibles? Estoy junto a la Cruz, que llevan hoy los Obispos que permanecen fieles, mientras aumenta el número de aquellos que quieren andar su propio camino, sin escuchar y seguir al Santo Padre, a quien Jesús a puesto como fundamento de su Iglesia; preparan otra Iglesia, separada del Papa, que provocará una vez más el escándalo de una dolorosa división. Estoy junto a la Cruz, que hoy llevan los Sacerdotes, mis hijos predilectos, a quienes se llama a vivir en absoluta fidelidad a Jesús, a su Evangelio y a la Iglesia. Con frecuencia deben soportar el martirio interior de sentirse incomprendidos, escarnecidos y hasta marginados por sus mismos hermanos. Estoy junto a la Cruz de las Almas Consagradas, que quieren vivir con fidelidad su consagración, oponiéndose al espíritu del mundo, que ha penetrado ya en muchas casas religiosas, introduciendo en ellas la tibieza, la impureza, el laxismo y la búsqueda de todo mundano placer. Estoy junto a la Cruz de muchos fieles que, con valentía y generosidad, han acogido mi invitación. En medio de tantas dificultades, esperan y tienen confianza en Mí; en medio de grandes pruebas, oran con fe y perseverancia; entre innumerables sufrimientos, ofrecen con espíritu de reparación lo que el Señor dispone en su existencia. Estoy junto a la Cruz de mis pobres hijos pecadores, para conducirlos al camino del arrepentimiento y la reconciliación; de los enfermos, para darles consuelo y resignación; de los descarriados, para traerlos al camino de la salvación; de los moribundos, para ayudarlos a morir en la gracia y el amor de Dios. ¡Oh!, nunca como en estos tiempos, en que van en aumento sufrimientos y tribulaciones, soy vuestra Madre Dolorosa y Consoladora. Estoy presente junto a vuestra Cruz, junto a la de todos mis hijos, para sufrir con vosotros, para orar con vosotros. Ofrezco al Padre, junto con vosotros, el precioso tributo de vuestra personal colaboración a la Redención realizada por mi hijo Jesús.»