Mensaje del 15 de agosto de 1983
Fiesta de la Asunción de María al Cielo
En la Luz del Paraíso.
«Hoy os quiero espiritualmente aquí arriba en el Paraíso, hijos predilectos, para que podáis llenaros de confianza y de esperanza, contemplando a vuestra Madre Celeste, asunta a la gloria del Cielo, también con su cuerpo. Con alma y corazón, mirad el Paraíso que os espera. El Paraíso es vuestra verdadera meta. No habéis sido creados para la vida terrena, que no obstante tanto os absorbe, os fatiga y os consume. La vida sobre la tierra es como una larga y dolorosa sala de espera, que debéis sufrir para entrar en el Reino, que os ha preparado el Padre Celeste. En este Reino mi Hijo Jesús tiene ya predispuesto un sitio para cada uno de vosotros; los Angeles aguardan gozosos vuestra llegada y todos los Santos ruegan y arden de amor en espera de que cada puesto sea para siempre ocupado por vosotros. Hoy es necesario mirar más al Paraíso que os espera, si queréis caminar con serenidad, con esperanza y con confianza. A la Luz del Paraíso, comprenderéis mejor el tiempo que vivís. Es tiempo de sufrimientos. Es el tiempo descrito en el Apocalipsis, en el que Satanás ha instaurado en el mundo su reino de odio y de muerte. Los más pobres, los más frágiles, los más indefensos, mis pequeños, están así con frecuencia agotados de sufrimientos, que día a día se hacen más grandes. ¡Oh, el Señor abreviará el tiempo de la prueba mirando vuestra fidelidad y vuestro dolor! Pero para que podáis ser consolados, debéis hoy mirar al Paraíso preparado para vosotros. A la luz del Paraíso que os espera, sabréis leer mejor los signos de vuestro tiempo. Los días que vivís son perversos, porque los corazones de los hombres se han vuelto áridos y fríos, cerrados por tanto egoísmo y no son ya capaces de amar. La humanidad camina por la senda de la rebelión a Dios y de su obstinada perversión. Por esto los frutos que hoy cosecháis son malos: Son los del odio y la violencia; los de la corrupción y la impiedad; los de la impureza y la idolatría. Vuestro cuerpo ha sido elevado a la categoría de ídolo, y se busca el placer como supremo valor. ¡Cuántos signos os manda el Señor para invitaros al arrepentimiento y a la enmienda: Enfermedades, desgracias, males incurables que se propagan, guerras que se extienden, amenazas de males inminentes. En estos tiempos, para no desesperar, para caminar por la senda de una fe inquebrantable y segura, se hace urgente vivir con la mirada puesta en el Paraíso, donde, con Jesús, vuestra Madre Celeste os ama y os sigue también con su cuerpo glorioso. A la luz del Paraíso, que os aguarda, sabréis sobre todo realizar a la perfección el designio que tengo sobre cada uno de vosotros en estos tiempos de la gran lucha entre la Mujer vestida del Sol, y su Adversario, el Dragón rojo. En el profundo desapego del mundo y de las criaturas, os haréis verdaderamente pequeños, confiados, humildes y buenos. Caminaréis por la vía del desprecio del mundo y de vosotros mismos. Seréis capaces de mortificar los sentidos y volveréis a ofrecerme el don de vuestra penitencia. Deseo que se vuelva también a la práctica del ayuno, tan recomendado por Jesús en su Evangelio. Así os haréis verdaderos discípulos de Jesús y difundiréis «en vuestro derredor su Luz en este tiempo invadido por las tinieblas. Por esto os invito hoy a mirar al Paraíso, que exulta en el misterio de la Asunción corporal de vuestra Madre Celeste, que a todos os anima y bendice.»