Mensaje del 1 de abril de 1983
Viernes Santo
¡Todo se ha Cumplido!
«’’Todo se ha cumplido”. Son las últimas palabras antes del fuerte grito con que mi Hijo Jesús entregó su espíritu. Permaneced hoy Conmigo bajo la Cruz, hijos predilectos, para comprender el hondo significado de estas sus palabras. Es Viernes Santo. Es el día de su pasión y de su muerte sobre la Cruz; es el momento precioso de vuestra redención. Entremos en lo más íntimo del Corazón de Jesús para saborear la amargura de su alma y para penetrar en el profundo misterio de su inmolación. Todo se ha cumplido en el instante en que su Cuerpo se inmoló y su Sangre se derramó por vosotros. Todo se ordenó, durante su vida, a este supremo momento. Cada día de su existencia terrena ¡Cuánto deseó consumar esta su Pascua de pasión y muerte por vosotros! Hoy me encuentro bajo la Cruz sobre la que mi Hijo vive su tremenda agonía, con Juan junto a Mí, que os representa a todos. En unión de alma con Jesús, al que estoy asociada íntimamente en su obra redentora, recorramos juntos los momentos que le han conducido a su perfecto cumplimiento. El gozoso momento de la Anunciación, cuando el Verbo del Padre, encamándose en mi seno virginal, asumió aquel Cuerpo preparado para Él, y que le permitió comenzar de inmediato su preciosa obra de Redención. El radiante día de su Nacimiento en la pobre gruta de Belén cuando, en su tierno cuerpecito de infante, Yo entreveía las señales del verdadero Cordero de Dios, llamado a ofrecerse en sacrificio perfecto para la salvación del mundo. Los serenos años de su infancia, después del retomo del destierro padecido en Egipto, cuando de día en día le contemplaba abriéndose como una flor al sol de la belleza, de la gracia y de la divina sabiduría. Los largos años de su adolescencia, mientras veía crecer su cuerpo, en el que se reflejaba la síntesis de toda humana perfección, encorvado sobre el trabajo de cada día y empapado de sudor y fatiga. ¡Oh! con qué frecuencia mi alma contemplaba ya sus manos y sus pies traspasados por las heridas, su cuerpo ensangrentado… y entonces me inclinaba sobre Él con renovada ternura de madre. Los breves años de su vida pública, en los que anunció a todos el Evangelio de la salvación mientras curaba y perdonaba, cerraba heridas y sanaba enfermedades, mientras perdonaba los pecados y realizaba innumerables milagros. Cuántas veces juntos Él y Yo, su Madre, a la que todo lo confiaba, nos llegábamos en espíritu sobre la cima del Calvario y vivíamos el momento de su dolorosa despedida. “Todo se ha cumplido”. Y Jesús trató de preparar a sus discípulos al escándalo de este momento: “El Hijo del hombre deberá subir a Jerusalén, donde será entregado en manos de los paganos y será escupido, flagelado, condenado y crucificado, pero al tercer día resucitará”. Ahora lo contemplo suspendido de la Cruz y veo sus manos y pies desgarrados por horrendas heridas, la corona de espinas, que le abre en su cabeza arroyuelos de sangre, que descienden y desfiguran su rostro. Mientras su Cuerpo es sacudido por los fuertes escalofríos de la fiebre y los estertores de la agonía, sus labios se abren aún para pronunciar sus últimas palabras: “Todo se ha cumplido”. La Voluntad del Padre ya está cumplida. Cada circunstancia de su vida se orientó a este perfecto cumplimiento… Su Obra se resume aquí en un gesto, al que siempre se ordenó todo: al don divino, inefable y precioso de su Redención. Como Él, también vosotros, hijos míos predilectos, sois preparados por Mí a este supremo momento, para que el designio del Padre se cumpla en esta nueva hora de pasión redentora para la Iglesia. Todo en vuestra vida tiene este profundo significado. Leed Conmigo, Madre Dolorosa, en el libro sellado de vuestra existencia: en ella todo ha sido preparado por Dios y ordenado por Mí con amor, como lo hice con mi hijo Jesús. Así puedo ayudaros también a vosotros a cumplir hoy el querer del Padre. Amad a todos con corazón abierto y generoso, sanad enfermedades, cerrad heridas profundas, dad la gracia y la paz; perdonad los pecados. Y preparaos a subir Conmigo vuestro Calvario (…).»