Mensaje del 5 de marzo de 1982 en Jerusalén
Primer viernes de mes
Nueva Jerusalén
«’’¡Cuántas veces he procurado reunir a tus hijos, como hace la gallina con sus polluelos, y no has querido. Si hubieras conocido los días de tu paz!” Escucho aún el afligido lamento de mi Hijo Jesús. ¡Cuántas veces también Yo, como Madre, os he llamado para recogeros bajo las alas de mi amor materno! Ahora han llegado los días de la tribulación. No se han acogido mis invitaciones. No han sido creídas mis intervenciones extraordinarias. Se ha procurado que caiga en el vacío cuanto he hecho en estos años, para venir al encuentro de vuestras necesidades y para libraros de los peligros que os acechan. Al igual que en Jerusalén, todos los profetas fueron destinados a la muerte; como en esta ciudad se rechazó, ultrajó y condenó al mismo Hijo de Dios, al Mesías, desde siglos prometido y preparado, así ahora en la Iglesia, nuevo Israel de Dios, demasiadas veces se ha obstaculizado, con el silencio y el repudio, la acción salvadora de vuestra Madre, celeste profetisa de estos últimos tiempos. He hablado de muchos modos, pero no habéis escuchado mis palabras. Me he manifestado de muchas maneras, pero no habéis creído en mis signos. Mis intervenciones, incluso las más extraordinarias, han sido negadas. ¡Oh, nueva Jerusalén, Iglesia de Jesús, verdadero Israel de Dios!, ¡cuántas veces he querido reunir a todos tus hijos, como hace la gallina con sus polluelos… Si hubieras conocido los días de tu paz! Pero ahora vendrán sobre ti grandes tribulaciones. Serás sacudida por el viento de la tempestad y del huracán; de las grandes obras, construidas dentro de ti por el orgullo humano, no quedará piedra sobre piedra. Nueva Jerusalén, acoge hoy mi invitación a la conversión y a la interior purificación. Así pronto resplandecerá sobre ti la nueva era de justicia y santidad; difundirás tu Luz sobre todas las naciones de la Tierra. Mi Hijo Jesús instaurará entre vosotros su glorioso Reino de amor y de paz.»