Mensaje del 20 de noviembre de 1982 en Roma
Obedientes, puros y pobres
«Vivid en mi maternal predilección, respondiendo a mi llamada a la oración y a la confianza. Dejaos formar cada día por Mí, hijos predilectos. Os quiero dóciles y obedientes al Querer del Padre, en la perfecta imitación de mi Hijo Jesús: por esto debéis ser siempre obedientes a la Iglesia. La virtud que amo más en mis hijos Sacerdotes es la de la obediencia. Hoy debéis dar ejemplo a todos, obedeciendo con alegría a vuestros superiores, especialmente al Papa. ¿Cómo es posible que cuando El habla, muchos hoy ya no le escuchan?, ¿que cuando El dicta disposiciones, no se le obedece? A veces, comienzan a desobedecerle algunos de mis hijos Obispos y Sacerdotes. De este modo la Iglesia está verdaderamente amenazada en su unidad interior (…). Os quiero puros en la mente, en el corazón y en el cuerpo. Por la pureza de la mente veréis con más claridad la Verdad y le seréis siempre fieles; el Evangelio de Jesús se os mostrará con todo su divino esplendor. Por la pureza del corazón, llegaréis a la perfecta comunión de amor con Jesús, y Él os hará comprender el misterio de su ardiente Caridad. Os haréis verdaderamente capaces de amar a todos y la llama de su fuego os abrasará y os transformará. Por la pureza del cuerpo, probaréis la alegría de encontraros Conmigo, y de comunicaros cada vez más con los Espíritus Celestes y con las almas de vuestros hermanos difuntos; la fuerza del espíritu os transformará, liberándoos de las muchas limitaciones de la carne. Así difundiréis en vuestro derredor la luz de la gracia divina y de la santidad. El Celibato, querido por Jesús y ardientemente pedido por la Iglesia, debe ser amado, estimado y vivido por vosotros: os convertiréis en engendradores de vida para un número inmenso de almas, incluso de vuestros hermanos Sacerdotes. ¡Animo, hijos míos amadísimos! Seguidme en la vía de la vida oculta y de la humildad. Os quiero pobres de bienes y de espíritu. Sólo así podréis comprender las ansias y los dolores de muchas personas, y participar en las preocupaciones y en los sufrimientos de vuestros hermanos más pobres, de los que no tienen trabajo ni medios para vivir; de los marginados y perseguidos; de los que no cuentan para nada, mientras para Mí son los tesoros más preciosos. Quien os encuentre, deberá sentir la presencia de la Madre Celeste, que, por vuestro medio, nuevamente acaricia y consuela, nuevamente ayuda aun materialmente, alienta y salva, y a todos abraza y defiende.»