Mensaje del 1 de enero de 1982
Fiesta de la divina Maternidad de María
Soy la Madre de la Consolación
«Comenzáis hoy un nuevo año, en la luz de mi divina Maternidad. En este día primero, la Iglesia me invoca como Madre y pide que extienda sobre todos mi materna protección. También hoy os unís para pedir a Dios el don de la paz. Y la invocáis, a través de la intercesión de Aquella a quien llamáis Reina de la Paz. La paz es el don más grande del Señor, que se os dio precisamente el día de Navidad. Jesús Niño, que contempláis tan frágil en el momento de su nacimiento en Belén, es el Príncipe eterno de la Paz. Su nombre es “Paz”; su don es la Paz; su misión es la de llevar a todos la Paz. Los Angeles cantaron jubilosos en tomo al pesebre, en la noche de su nacimiento; “¡Gloria a Dios en lo alto de los Cielos y en la Tierra Paz a los hombres de buena voluntad!” Paz entre Dios y los hombres: Por esa Paz el Verbo del Padre se encamó en mi seno virginal, nació en Belén y se inmoló en el Calvario. Paz entre todos los hombres: porque todos sois hijos de Dios, verdaderos hermanos de Jesús y hermanos entre vosotros. La fuente de la paz entre los hombres está en vivir vuestra fraternidad. Porque el don de la Paz se encuentra sólo en el camino del amor, que se recorre en la observancia de* la Ley de Dios y de sus Mandamientos. En ellos se enseña a amar a Dios, a sí mismo y al prójimo; con ellos se construye la armonía fundada en la justicia, en la verdad y en el amor. Mientras no se acepte al Dios de la Paz, y se continúe, al contrario, negándole obstinadamente y rechazándole, ni siquiera se podrán salvaguardar las exigencias del respeto a los derechos humanos y civiles del hombre. Si no se observa la Ley del Señor, antes al contrario, se la viola cada vez más abiertamente, la humanidad corre por la senda del desorden, de la injusticia, del egoísmo y de la violencia. Por esta razón, nunca como ahora, la humanidad ha estado tan amenazada por la guerra y por el sufrimiento. ¡Cuánto dolor veo esparcido en todas las encrucijadas del mundo al abrirse este nuevo año! Los sufrimientos de los niños, privados de comida y asistencia; de los jóvenes abandonados y engañados; de los hombres vejados en su dignidad y convertidos en instrumentos de dominio y de prepotencia; de las mujeres que lloran su hogar destruido… La humanidad está al borde de una nueva guerra mundial. ¡Cuán grande es mi angustia por todo lo que os espera, pobres hijos míos, tan amenazados por el hambre, la guerra, el odio y la violencia! ¡Refugiaos, hoy, bajo el manto de vuestra Madre Inmaculada! Nunca como en estos tiempos, siento la materna necesidad de aliviar vuestro dolor, de dar confianza a vuestro desaliento, esperanza a vuestras decepciones y seguridad a vuestras tribulaciones. Sentiréis desde ahora en cada momento la presencia consoladora de vuestra Madre Celeste. Se hará sentir más fuerte cuanto más grandes sean los sufrimientos que tengáis que soportar, ahora que entráis en el período más doloroso de la gran purificación. Soy la Madre de la Consolación. Sentid mi gran consolación, que os dará ánimos y cobijo, sobre todo, cuando viváis las sangrientas horas de la prueba, que desde hace tanto tiempo os vengo anunciando. Por esto hoy os cubro a todos con mi manto, os recojo en el refugio de mi Corazón Inmaculado, os animo a tener confianza y filial abandono y os bendigo.»