Mensaje del 4 de marzo de 1981
Miércoles de ceniza
Mordificad vuestros sentidos
«Hijos predilectos, acoged la invitación a la conversión, que la Iglesia os propone particularmente en este período de Cuaresma. En estos tiempos, la Madre Celeste os pide obras de penitencia y de conversión. La oración vaya siempre acompañada de interior y fecunda mortificación. Mortificad vuestros sentidos para que podáis ejercitar el dominio sobre vosotros mismos y sobre vuestras pasiones desordenadas. Los ojos sean verdaderos espejos del alma: abrirlos para recibir y para dar la luz del bien y de la gracia, y cerradlos a cualquier influjo del mal y del pecado. La lengua se suelte para decir palabras de bondad, de amor y de verdad, y por tanto el más profundo silencio rodee siempre la formación de cada palabra. La mente se abra sólo a pensamientos de paz y de misericordia, de comprensión y de salvación, y jamás quede desflorada por el juicio y la crítica y mucho menos por la maldad y la condena. El corazón se cierre con firmeza a todo desordenado apego a vosotros mismos, a las criaturas y al mundo en que vivís, para que pueda abrirse a la plenitud del amor a Dios y al prójimo. Nunca, como hoy, muchos de mis hijos caídos tienen necesidad de vuestro amor puro y sobrenatural para ser salvados. En mi Corazón Inmaculado os formaré a todos en la pureza del amor. Ésta es la penitencia que os pido, hijos predilectos; ésta es la mortificación que debéis hacer para que podáis disponeros a la misión que os espera, y evitar las peligrosas asechanzas que mi Adversario os tiende. En la pureza, en el silencio y en la fidelidad seguid cada día a la Madre Celeste, que os conduce por la misma vía de Jesús Crucificado. Es la vía de la renuncia y de la perfecta obediencia, del sufrimiento y de la inmolación. Es la vía del Calvario, que también vosotros debéis recorrer, llevando cada día vuestra cruz y siguiendo a Jesús hacia la consumación de la Pascua. Entonces me daréis también a Mí una poderosa fuerza de intercesión, con la cual podré forzar la puerta de oro del Corazón de mi Hijo para derramar la plenitud de su Misericordia (…).»