Mensaje del 2 de febrero de 1981
Fiesta de la presentación del Niño Jesús
Luz y gloria del Señor
«Confiaos a Mí, hijos predilectos, con completo abandono y con suma confianza en vuestra Madre Inmaculada. Como a mi Niño Jesús, también hoy os llevo en mis brazos para presentaros cada día al Templo del Señor. Sobre el altar de mi Corazón Inmaculado os ofrezco a Dios: —Para ser su luz, que cada día debe resplandecer más en medio de las tinieblas que recubren de nuevo la Tierra. Brilla la luz, por más que ahora las tinieblas no la quieren recibir. Esta luz debe resplandecer a través de vosotros, hijos predilectos, porque esto forma parte de vuestra misión sacerdotal. Difundid en vuestro derredor la luz de la verdad, contenida en el Evangelio, que es la misma luz de mi Hijo Jesús. Mi misión materna es la de hacer vivir a Jesús en cada uno de vosotros, hasta su plenitud. Nunca como en estos difíciles momentos ha sido tan necesario que todos los Sacerdotes sean sólo Jesús vivido y viviente* para ser luz para todas las naciones. Sus ojos misericordiosos en vuestros ojos; su Corazón divino en vuestro corazón; su bella Alma en vuestra alma; su Amor en vuestro amor para difunlir por doquier en la Iglesia la plenitud de esta luz. — Para ser su gloria, que a través de vosotros se debe reflejar en todas las partes del mundo. En efecto, en el mismo momento en que la humanidad conoce el mayor rechazo de Dios de toda la historia, sois inmolados sobre el altar secreto de mi Corazón Inmaculado para cantar hoy la gloria del Padre, la misericordia del Hijo y el amor del Espíritu Santo. Gloria del nuevo pueblo de Israel, llamado a preparar a la humanidad para el retomo de Jesús. Gloria de la Iglesia renovada, que conocerá un nuevo Pentecostés de fuego, de gracia y de luz. Gloria de la nueva humanidad, purificada por la gran tribulación, pronta ya a vivir el inefable momento de su completo retorno al Señor. La hora es grave, hijos míos predilectos, por esto vivid cada día, con amor y fidelidad, la consagración que habéis hecho. Dejaos siempre llevar en mis brazos como mi pequeño Jesús, abandonando todas las cosas en vuestra Madre Celeste, para que también sobre cada uno de vosotros se pueda cumplir el designio del Padre.»