Mensaje del 13 de octubre de 198 en Buenos Aires (Argentina)
1 Aniversario de la última aparición de Fátima
Una Interior herida
«Te encuentras hoy en Luján, en el Santuario más célebre de esta gran Nación, donde soy muy amada y venerada. Recuerdas con un Cenáculo el aniversario de mi última aparición sucedida en Fátima, en un día como hoy. Todo el designio que ahora estoy llevando a cabo, entonces os fue revelado. Entráis en el período de tiempo más difícil y decisivo. Vivís los últimos años de este siglo, en el que ya se ha desarrollado gran parte de la batalla entre vuestra Celeste Capitana y su Adversario. Ahora estáis viviendo la fase conclusiva. Por esto os preparo cada día a vivir las horas más dolorosas en la confianza y en la oración. Con el ansia y la preocupación de una Madre, que ve cuán grande es el peligro que corréis, os invito una vez más a volver a Dios, que a todos os espera para otorgaros su perdón y su amor de Padre. Mirad con cuántos signos acompaño esta angustiada petición mía… Con los mensajes y las apariciones que realizo en muchas partes del mundo, con mis numerosas lacrimaciones, incluso de sangre, quiero haceros comprender que la hora es grave, que la copa de la Justicia divina está ya colmada. Mi Corazón de Madre padece interiormente una herida, causada al ver que ni se cree, ni se tienen en cuenta estos signos extraordinarios. ¿Qué otra cosa puedo hacer por vosotros, mis pobres hijos, tan amenazados y expuestos al peligro? En una extrema tentativa de salvación, os doy el seguro refugio de mi Corazón Inmaculado. De todas las partes del mundo os llamo con esta Obra mía, a entrar en el refugio con vuestra consagración. Y tú, pequeño mío, conducido y llevado por Mí, ve a todas las partes del mundo a llevar a todos mi materno llamada. Mi hora ha llegado (…) Elevad al Padre un fuerte grito de imploración y de reparación. Del corazón divino del Hijo pueden descender ríos de misericordia sobre el mundo, que será renovado enteramente por la potente acción del Espíritu Santo, para que pueda resplandecer en él la gloria de Dios Padre.»