Mensaje del 11 de febrero de 1981
Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes
Os miro con complacencia
«Hijos predilectos, habéis sido llamados a desarrollar hoy una gran misión, que ha sido preparada en cada detalle por vuestra Madre Inmaculada. Desde hace años os he trazado el camino. Os he tomado de la mano y os he conducido, sosteniéndoos y enseñándoos a andar paso a paso, como precisamente hace la madre con sus pequeñines. ¡Cuántas veces os he acogido en mis brazos después de cada caída! ¡Cuántas veces he vendado vuestras dolorosas heridas y fortalecido vuestra gran debilidad! ¡Cuántas veces sin que siquiera os percataseis de ello, he intervenido personalmente para sustraeros a las peligrosas insidias que cada día os tiende mi Adversario y vuestro! Ahora os miro con complacencia de Madre, que se ve reflejada y vivida por sus hijos. Mi ejército está preparado, mi hora ha llegado; mi batalla está llegando ya a su última fase (…). Caminad en esta luz de pureza. Debéis difundir en vuestro derredor, sólo el perfume de mi Hijo Jesús y de vuestra Madre Celeste, que jamás ha conocido el pecado. Permanezca en vosotros el perfume de la misma vida de Dios: de la gracia que os reviste, de la Sabiduría que os ilumina, del amor que os guía, de la oración que os sostiene, de la mortificación que os purifica. No os turbéis por los asaltos de mi Adversario, que se desencadena con rabia para robaros la preciosa virtud de la pureza, que es mía y la comunico, como signo de completa pertenencia a Mí a los hijos que me responden y se consagran a mi Corazón Inmculado. Nadie os arrancará de mi celeste jardín en el que, con tanto cuidado, os he recogido. En él crecéis cada día más bellos y puros para cantar a todos la gloria del Padre que en vosotros se refleja complacido, del Hijo que quiere ser perfectamente revivido en vosotros; del Espíritu Santo que se entrega a vosotros con inagotable abundan cia. De este modo, podrán acudir a lavarse a la fuente de mi amor inmaculado, y también vuestro, muchos pobres hijos míos, que tienen hoy tan gran necesidad de gracia y pureza.»