Mensaje del 8 de agosto de 1980
El arma poderosa
«Estás aquí en el lugar que te he preparado para tu reposo. Has pasado estos últimos días en unidad de vida y oración con X… a quien te he dado como un hermano pequeño, y sobre el cual tengo un gran designio para esta Obra mía. Hijos míos predilectos, ¡qué grande es el amor y el dolor de mi Corazón Inmaculado! Os miro con inmensa ternura. Mi luz penetra vuestra vida, el alma, el corazón, vuestra existencia. ¡Cuántas dificultades debéis superar; cuántos sufrimientos os esperan cada día! El dolor se ha convertido para vosotros en vuestro alimento cotidiano; y así, con frecuencia, sois presa del desaliento y del abatimiento. Vivid en el amor Inmaculado de mi Corazón. ¡Sed pequeños, pobres, humildes! Aceptad como un don vuestra fragilidad. No tratéis ni de autoafirmaros, ni de superar a los demás. El camino por donde os conduzco es el del ocultamiento y las humillaciones. No tengáis curiosidad de saber lo que os espera, sino vivid en cada momento el amor perfecto. Entonces podréis entregaros cada vez más a las almas, ya que a cada impulso vuestro el Señor corresponde con una ayuda proporcionada a vuestro trabajo. Avanzad con valor, sin deteneros jamás, llevando vuestra cruz, como vuestro hermano Jesús en su camino del Calvario, en una vía que parecía imposible y desproporcionada a las pocas fuerzas que le quedaban. Vuestra misión es sublime y no debéis dejar que se detenga por la debilidad y el desaliento humanos. Mis tiempos han llegado y pronto saldré del desierto en que me encuentro, para la fase decisiva de mi batalla. Por eso necesito de vosotros y del arma poderosa de vuestro amor puro, sacerdotal. Abrid el corazón a las dimensiones de mi Corazón Inmaculado y así trazaremos un gran camino de Luz por el que mis pobres hijos extraviados podrán ser reconducidos y salvados.»