Mensaje del 4 de abril de 1980
Viernes Santo
En su mayor abandono
«Hijos predilectos, permaneced hoy Conmigo bajo la Cruz. Estoy junto a Jesús que muere, para abrazar con mi amor de Madre todo su inmenso dolor. Y me uno perfectamente a Él para beber el amargo cáliz de su gran abandono. Aquí, bajo la Cruz, no están los amigos y discípulos, no están todos los que, de tantas maneras, fueron beneficiados por Jesús. Su mirada divina está velada por esta interior y tan humana amargura. Y mi mirada de Madre se dirige como extraviada buscando entre los presentes, a alguno que pueda ofrecerse para aplacar su dolorosa sed de amor: “He buscado consoladores, pero no los he encontrado”. Aquí, bajo la Cruz, no está la muchedumbre, que le aclama con hosannas, ni la gente que le acogía entusiasta, ni las multitudes alimentadas por El con su pan. Hay en cambio un grupo de pobres hijos cegados por el odio, y excitados por sus jefes religiosos a una inhumana ferocidad, para hacerle más amarga la ingratitud y más profundo su abandono. Así para su dolor, la burla; para sus caídas, el desdén; para sus heridas, los insultos; para su cuerpo inmolado, el ultraje; para los gemidos de su agonía, las blasfemias; para la suprema oblación de su vida, el vilipendio y el rechazo. El Corazón de mi Hijo fue traspasado por este inmenso abandono antes que lo fuera por la lanza del soldado romano. El Corazón de la Madre está herido por un dolor tan grande, que no puede ser aliviado por la presencia de algunas personas fieles. Aquí, bajo la Cruz, no están sus doce apóstoles. Uno le ha traicionado, y ya se ha quitado la vida; otro le ha renegado y llora a lo lejos; los otros andan perdidos y tienen tanto miedo… Pero al menos uno ha permanecido Conmigo: el pequeño Juan. Siento latir su corazón inocente, veo su temor de niño asustado, su dolor de amigo sincero, y lo estrecho contra mi Corazón para sostenerle en la ayuda que está llamado a darme. La mirada de Jesús, que está ya para morir, en el momento de su supremo abandono, desde la Cruz, se posa intensamente sobre ambos y se ilumina con un amor infinito: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y, bajo la Cruz, donde mi Hijo ya está muerto, estrecho contra mi Corazón Inmaculado a mi nuevo hijo, que me ha nacido de tanto dolor. Así todo se ha cumplido. Aquí bajo la Cruz, donde os he engendrado, os quiero hoy, hijos míos predilectos. En el momento en que se llama a la Iglesia a vivir las horas de su pasión y de su gran abandono, sois vosotros los hijos que le entrego para consolarla y ayudarla. Por esto, con Juan, permaneced todos bajo la Cruz de Jesús, junto a vuestra Madre Dolorosa, para que se cumpla el designio del Padre.»