Mensaje del 31 de diciembre de 1980
Última noche del año
Un grito extraordinario
«Hijos predilectos, vivid Conmigo en la oración las últimas horas que cierran este año. Vuestro tiempo se mide por los latidos de mi Corazón Inmaculado, que está trazando su designo de amor y salvación. Cada día, cada hora está medida y ordenada según mi materno designio. Vivís momentos de emergencia. Por esto os llamo a todos a una más intensa oración, y a vivir con mayor confianza en el amor misericordioso de vuestro Padre Celeste. Está a punto de abrirse la puerta de oro de su divino Corazón y Jesús va a derramar sobre el mundo los torrentes de su misericordia. Son ríos de fuego y de gracia que transformarán y renovarán todo el mundo. Sobre olas de sufrimientos, hasta ahora jamás conocidos, y de prodigios nunca antes realizados, llegaréis al puerto seguro de los nuevos cielos y de una nueva Tierra. Una era de gracia, de amor y de paz va a nacer ya, de los dolorosos días que estáis viviendo. Por esto os invito a terminar el año de rodillas, uniéndoos espiritualmente al Papa, mi primer hijo predilecto, que ahora tanto sufre y tanto ora para implorar sobre el mundo la misericordia de Dios. Sea vuestra oración una potente fuerza de intercesión y de reparación. Sea un grito, extraordinario, como nunca hasta ahora se haya oído, tan fuerte que penetre el Cielo y fuerce al Corazón de Jesús a derramar la plenitud de su amor misericordioso. Por eso vigilad y orad Conmigo. Mi hora y la vuestra ha llegado ya. Es la hora de la Justicia y de la Misericordia.»