Mensaje del 29 de junio de 1980 en Fátima
Fiesta de San Pedro y San Pablo
El desierto donde me retiro
«Hoy te he querido aquí, en Fátima, para concluir los Cenáculos que, durante este año, has podido efectuar en toda Europa. Hijos míos, he acogido la generosa respuesta que de todas partes me habéis dado. Esta es mi hora. Es también la hora de vuestra batalla, porque cada vez se manifestará más la acción victoriosa de la Celestial Capitana, la Mujer vestida del Sol. Pero por la mitad de un tiempo debo permanecer retirada en el desierto. Aquí Yo realizo los más grandes prodigios en el silencio y en el ocultamiento. El desierto donde me retiro sois vosotros, hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado: es vuestro corazón, aridecido por tantas heridas en un mundo invadido por la rebelión contra Dios y su ley, marcado por el odio y la violencia que se extienden de manera amenazadora. Vuestro corazón convertido en erial, vuestras almas sedientas, hijos: He ahí el lugar donde la Madre Celestial pone ahora su refugio. Debido a mi presencia, este desierto se transforma en jardín, cultivado por Mí con singular esmero. Cada día riego la aridez de vuestros corazones con la ternura de mi amor inmaculado, la aridez de vuestras almas con la gracia de la que estoy llena, porque, como Madre, debo distribuirla a todos mis pequeños hijos. Luego vendo vuestras heridas con bálsamo celestial, os limpio ayudándoos a libraros cada vez más de los pecados, de vuestros numerosos defectos y de los apegos desordenados. De este modo preparo y hago fecundo el terreno de mi jardín. Después siembro en vosotros el amor a mi Hijo Jesús para que pueda germinar y florecer de manera cada vez más perfecta y luminosa. Y, en su Espíritu de amor, os abro como renuevos al sol de la complacencia del Padre, de manera que la Santísima Trinidad pueda resplandecer y reflejarse en la celeste morada construida en mi Corazón Inmaculado. Así crecéis, cultivados por Mí, como florecillas que se abren para cantar solamente la gloria de Dios y difundir por todas partes el esplendor de su amor. Os doy también los colores y el perfume de mis virtudes: la oración, la humildad, la pureza, el silencio, la confianza, la pequeñez, la obediencia, el perfecto abandono. Creced y desarrollaros, mientras cada día transformo vuestro desierto en el más bello jardín, celosamente custodiado por Mí (…).»