Mensaje del 13 de julio de 1980
Aniversario de la tercera Aparición de Fátima
La obra de corredención
«Secundad mi designio, hijos predilectos, y dejaos formar por vuestra Madre. Así podré asociaros cada vez más a mi obra maternal de corredención. Jesús es el único Redentor, porque Él es el único mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, Él ha querido asociar a su obra redentora a todos los que han sido redimidos por Él para que pueda resplandecer de manera más grandiosa y maravillosa la obra misericordiosa de su amor. Así vosotros, que habéis sido redimidos, podéis cooperar con Él a su obra redentora. Él en vosotros, que estáis tan íntimamente unidos a Él hasta formar su mismo Cuerpo Místico, puede recoger en vuestro tiempo el fruto de cuanto ha realizado una sola vez en el Calvario. Yo soy para vosotros el modelo perfecto de vuestra cooperación a la obra redentora realizada por mi Hijo. En efecto, porque soy Madre de Jesús, he sido íntimamente asociada por Él a su redención. Mi presencia bajo la Cruz os dice cómo mi Hijo ha querido unir perfectamente a la Madre a todo su gran dolor en el momento de su pasión y de su muerte por vosotros. Si la Cruz ha sido su patíbulo, el dolor de mi Corazón Inmaculado ha sido como el altar sobre el cual mi Hijo ha ofrecido al Padre el Sacrificio de la nueva y eterna alianza. Porque soy Madre de la Iglesia, he sido también íntimamente asociada por Jesús a la obra de su redención, que actúa en el curso de la historia para ofrecer a todos los hombres la posibilidad de recibir aquella salvación que Él os obtuvo en el momento de su cruenta inmolación. Así, cuánto más numerosos son los hombres que alcanzan la salvación, tanto más se realiza la obra maestra de su amor divino. Mi misión maternal es la de ayudar, de todos los modos posibles, a mis hijos a lograr la salvación; también hoy es la de cooperar de modo especialísimo a la redención llevada a cabo por mi Hijo Jesús. Se hará manifiesta a todos mi función de verdadera Madre y Corredentora. Esta acción quiero ejercitarla hoy a través de vosotros, mis hijos predilectos. Por eso he querido retirarme al desierto de vuestra vida, donde he puesto mi seguro refugio. En él os formo como Madre para que a través de vosotros pueda realizar la gran obra de corredención. Así os llamo a la oración, a la perfecta oblación, al sufrimiento, a vuestra inmolación personal. Os conduzco por el camino de la Cruz y dulcemente os ayudo a subir al Calvario para transformaros a todos en hostias agradables al Padre para la salvación del mundo. Es el tiempo de mi acción silenciosa. En el desierto de vuestra vida realizo cada día el gran prodigio de transformaros cada vez más hasta que Jesús Crucificado pueda revivir en cada uno de vosotros. Cuando esta acción mía se haya completado, entonces aparecerá a toda la Iglesia la grandeza del designio de amor que Yo estoy realizando. Ahora se hace más necesaria y urgente que nunca mi obra misericordiosa de Corredención. Todos reconocerán la misión que me ha confiado la Santísima Trinidad; podré ejercer plenamente mi gran poder para que la victoria de mi Hijo Jesús pueda resplandecer en todas partes, cuando instaurará, entre vosotros su glorioso reino de Amor.»