Mensaje del 1 de enero de 1980
Fiesta de la Maternidad Divina de María
Vuestra Madre victoriosa
«Sacerdotes, que yo llamo de todas las partes del mundo a entrar en el refugio de mi Corazón Inmaculado, hijos por Mí tan queridos y tan expuestos a los peligros, iniciad este nuevo año con gran confianza en vuestra Madre Celeste. Hoy la Iglesia os invita a dirigir vuestra mirada a Mí y a venerarme como Madre. Soy verdadera Madre de Jesús y también soy verdadera Madre vuestra. Soy vuestra Madre porque os he dado a mi Hijo Jesús. De esta manera la fiesta de Navidad se convierte verdaderamente en la fiesta de toda vuestra vida. Porque soy Madre de Jesús, he podido llegar a ser también Madre vuestra. Y como he cumplido perfectamente mi misión maternal para con mi divino Hijo, así también ahora debo cumplir bien mi misión maternal para con todos vosotros, mis hijos. Debéis encontrar, al comienzo de este nuevo año, la fuente de vuestra confianza y esperanza en el gozoso misterio de mi maternidad. Estáis llamados ya a entrar en un tiempo en que os esperan grandes sufrimientos. Ante todo deberá sufrir mi Iglesia, que será llamada a una más intensa y dolorosa obra de purificación. Yo estaré a su lado en todo momento para ayudarla y confortarla; cuanto más la Iglesia tenga que subir al Calvario, con tanta mayor intensidad sentirá mi auxilio y mi extraordinaria presencia. Debe entrar ahora en el momento precioso de su pasión redentora para su más bello renacimiento. Para este momento os he preparado un auxilio seguro en mi Corazón Inmaculado: es el Vicario de Jesús, el Papa que os he dado para que sea amado, escuchado y seguido por vosotros. También para él se acercan ya* la horas de Getsemaní y del Calvario, y vosotros, hijos míos predilectos, debéis ser su consuelo y defensa. También el mundo comienza a vivir sus horas más dramáticas y dolorosas. En este nuevo año, muchas de las cosas que os he predicho en Fátima se cumplirán ya. ¡No temáis, tened confianza! En las horas más tremendas de la tempestad veréis mi gran luz hacerse más intensa y manifiesta: ¡La Mujer vestida del Sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas! ¡He ahí el signo de la victoria Mía y vuestra! Es vuestra Madre victoriosa que hoy, con el Papa, mi primer hijo predilecto, os encierra a todos en su Corazón Inmaculado y os bendice.»