Mensaje del 28 de enero de 1979
Fiesta de Sto. Tomás de Aquino
Primer signo: la confusión.
«Hijos predilectos, refugiaos en mi Corazón Inmaculado. El Reino glorioso de Cristo será precedido por una gran tribulación, que servirá para purificar a la Iglesia y al mundo, y para conducirlos a su completa renovación. Jesús ha iniciado ya su misericordiosa obra de renovación con la Iglesia, su Esposa. Varios signos os indican que ha llegado para la Iglesia el tiempo de la purificación: el primero de ellos es la confusión que reina en Ella. Este es, en verdad, el tiempo de la mayor confusión. La confusión se ha difundido en el interior de la Iglesia, donde se ha subvertido todo en el campo dogmático, en el litúrgico y en el disciplinar. Hay verdades reveladas por mi Hijo, que la Iglesia ha definido para siempre con su divina e infalible autoridad. Estas verdades son inmutables, como inmutable es la Verdad misma de Dios. Muchas de ellas forman parte de verdaderos y propios m isterios, porque no son, ni podrán ser jamás comprendidos por la inteligencia humana. El hombre las debe acoger con humildad, a través de un acto de fe pura y de firme confianza en Dios, que las ha revelado y las propone a los hombres de todos los tiempos, a través del Magisterio de la Iglesia. Pero ahora se ha difundido la tendencia tan peligrosa de querer penetrarlo y comprenderlo todo —incluso el misterio—, llegándose así a aceptar de la Verdad tan sólo aquella parte que es comprendida por la inteligencia humana. Se quiere desvelar el misterio mismo de Dios. Se rechaza aquella verdad que no se comprende racionalmente. Se tiende a replantear, en forma racionalista, toda la verdad revelada, con la ilusión de hacerla aceptabe a todos. De este modo se corrompe la verdad con el error. El error se difunde de la manera más peligrosa, es decir, como un modo nuevo y “actualizado” de comprender la Verdad; y se acaba subvirtiendo las mismas verdades que son el fundamento de la fe católica. No se niegan abiertamente, pero se aceptan de una manera equívoca, llegándose en la doctrina al más grave compromiso con el error que jamás se haya logrado. Al fin, se sigue hablando y discutiendo, pero ya no se cree, y las tinieblas del error se difunden. La confusión, que tiende a reinar en el interior de la Iglesia y a subvertir sus verdades, es el primer signo que os indica con certeza que ha llegado para ella el tiempo de su purificación. La Iglesia, de hecho, es Cristo, que místicamente vive entre nosotros. Cristo es la Verdad. La Iglesia debe por esto resplandecer siempre con la Luz de Cristo, que es la Verdad. Pero ahora su Adversario ha logrado hacer que penetre en su interior tanta oscuridad con su obra subrepticia y engañosa. Y hoy la Iglesia está oscurecida por el humo de Satanás. Satanás ante todo ha oscurecido la inteligencia y el pensamiento de muchos hijos, seduciéndolos con el orgullo y la soberbia y por su medio ha oscurecido a la Iglesia. A vosotros, hijos predilectos de la Madre Celeste, apóstoles de mi Corazón Inmaculado, se os llama hoy a esto: a combatir con la palabra y con el ejemplo para que cada vez más se acepte por todos la Verdad. Así por medio de la Luz será derrotada la tiniebla de la confusión. Por esto debéis vivir al pie de la letra el Evangelio de mi Hijo Jesús. Debéis ser sólo Evangelio vivido. Después debéis anunciar a todos, con fuerza y con valentía, el Evangelio que vivís. Vuestra palabra tendrá la fuerza del Espíritu Santo, que os llenará, y la Luz de la Sabiduría que os otorga la Madre Celeste (…).»