Mensaje del 2 de febrero de 1979
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Segundo signo: la indisciplina.
«Contemplad a vuestra Madre del Cielo mientras se presenta en el Templo para ofrecer a su pequeño Niño. Es el Verbo del Padre hecho hombre; es el Hijo de Dios por el cual ha sido creado el Universo; es el Mesías esperado al que se ordenan Profecía y Ley. Y sin embargo El, desde el momento de su humana concepción, se hace en todo obediente al querer del Padre: «‘Heme aquí, que vengo, oh Dios, a cumplir tu Voluntad”. Y ya desde su nacimiento se somete a todas las prescripciones de la Ley: a los ocho días la circuncisión, y hoy, después de los cuarenta días, su presentación en el Templo. Como cualquier otro primogénito, también el mío pertenece a Dios y es rescatado con el sacrificio prescrito. Del Sacerdote retoma a mis brazos para que pueda ofrecerle nuevamente a través de la herida de mi Corazón Inmaculado, ya traspasado por la espada; y así juntos decimos nuestro sí al querer del Padre. Hijos predilectos, cuando os llamo a haceros los más pequeños, entre mis brazos, es para volveros semejantes a mi Niño Jesús en la dócil y perfecta obediencia al querer divino. Hoy mi Corazón está nuevamente herido al ver cuántos son los que, entre mis hijos predilectos, viven sin docilidad a la Voluntad de Dios, porque no observan y a veces desprecian abiertamente las leyes propias del estado sacerdotal. De este modo la indisciplina se difunde en la Iglesia y cosecha víctimas incluso entre sus mismos Pastores. Éste es el segundo signo que os indica cómo para la Iglesia ha llegado el tiempo conclusivo de su purificación: la indisciplina difundida a todos los niveles, especialmente entre el clero. Es indisciplina la falta de docilidad interior a la Voluntad de Dios, que se manifiesta en la transgresión de las obligaciones propias de vuestro estado: la obligación de la oración, del buen ejemplo, de una vida santa y apostólica. ¡Cuántos Sacerdotes hay que se dejan absorber por una actividad desordenada y que ya no oran! Descuidan habitualmente la Liturgia de las Horas, la meditación, el rezo del Santo Rosario. Limitan su oración a una apresurada celebración de la Santa Misa. Así estos pobres hijos míos acaban por vaciarse interiormente y no tienen ya luz y fuerza para resistir a las muchas insidias en medio de las cuales viven. Acaban, por esto, contaminados por el espíritu del mundo y aceptan su modo de vivir, comparten sus valores, participan en sus manifestaciones profanas, se dejan condicionar por sus medios de propaganda y a la postre se revisten de su misma mentalidad. Terminan después viviendo como ministros del mundo, según su espíritu, que justifican y difunden, provocando escándalo en medio de numerosos fieles. De aquí nace la creciente rebelión a las normas canónicas, que regulan la vida de los Sacerdotes y la reiterada contestación a la obligación del sagrado celibato, querido por Jesús por medio de su Iglesia, y que en estos días el Papa lo ha reafirmado nuevamente con firmeza. Es indisciplina la facilidad con que se pasan por alto las normas establecidas por la Iglesia para regular la vida litúrgica y eclesiástica. Hoy cada uno tiende a regularse según el propio gusto y arbitrio y con qué escandalosa facilidad se violan las normas de la Iglesia, una y otra vez reafirmadas por el Santo Padre, como la obligación que tienen los Sacerdotes de llevar el hábito eclesiástico. D esdichadam ente, a veces, los prim eros que siguen desobedeciendo esta prescripción son los mismos Pastores, y es debido a su mal ejemplo por lo que la indisciplina se propaga luego en todos los sectores de la Iglesia. Este desorden, que se difunde en la Iglesia, os indica con claridad que ha llegado para ella el momento conclusivo de su purificación. ¿Qué debéis hacer vosotros, hijos predilectos de la Madre Celeste, apóstoles de luz de mi Corazón Inmaculado? Dejaos llevar en mis brazos como mis niños más pequeños y Yo os haré perfectamente dóciles al querer del Padre. Daréis así a todos el buen ejemplo de una perfecta obediencia a las leyes de la Iglesia y la Madre Celeste podrá servirse de vosotros para restablecer el orden en su Casa para que, después de la tribulación, resplandezca en la Iglesia el triunfo de su Corazón Inmaculado.»